Por Pedro Lluch
Velludo. Musculado. Un tanto torpe en el manejo de su fuerza, como si se hubiera desacostumbrado, o hubiera olvidado (por la falta de uso o tal vez por falta de respeto ajeno, o por cuestiones de baja auto-estima) a ser consciente de sus huesos largos, de sus manos grandes, de su espalda poderosa, de su torso y de su vientre, su cuello fuerte como de toro. Primario: se le levanta el pito en una fracción de segundo y se le licua el cerebro y deviene bestia otra vez. Copula montando a su hembrita con empellones feroces que parece que buscan hundir su hombría en la matriz de todas las matrices.
Tras la agonía que le deja huecos en los cuales teme perderse, se desploma. A veces le embarga una tristeza que, en espirales, nace en el segundo hara y se extiende por todo el cuerpo. Otras veces no decrece el entusiasmo ni la erección y se apresura a subir de nuevo al asalto (o se hunde en él con ganas de seguir perdiéndose). Lo hace inmisericordemente, como rascando con frenesí la posibilidad de no dejar pasar la ocasión de repetir; no siempre lo logra.
En ocasiones simplemente se remansa y siente el corazón latir, el sudor manar, el silencio apelmazado en un cuerpo satisfecho, junto a la mujer que, a su lado tendida, dibuja complicidades con la punta de los dedos sobre su piel.