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El mensajero

por Inés Zarza
Fotografía en contexto original: avistadepájaro
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Volvía a casa. Era uno de tantos viajes Madrid -Bilbao impuestos por la profesión. Cansada y con pocas ganas de hablar, me recosté en el asiento del autobús esperando poder dormir y eliminar toda la pátina de micrófonos, congresos y soledad pegada a mí como una segunda piel. El hombre que se sentó a mi lado, parecía uno de tantos: Un señor mayor, con pinta de extranjero, traje de chaqueta algo pasado de moda y gafas de sol. Uno de tantos. Pero no lo fue. Durante el viaje, a pesar de mi voluntad autista, comenzamos a charlar. Esta es su historia.

Roberto Garbeitia había sido cinco veces campeón de la Copa de América de Automovilismo. Cuando abandonó su afición por la velocidad, creó una empresa de alquiler de coches y aseguraba haber sido el driver de Kennedy en su viaje por Argentina y Chile. Pero lo realmente increíble en la vida de este señor, que en aquel momento tenia unos 80 años, era que se había convertido literalmente en el Holandés Errante. Desde hacía 20 años, se encontraba aquejado de un extraño mal que le impedía permanecer más de varios días en un mismo lugar. Sólo se encontraba bien en movimiento, en constante tránsito. Cuando su única hermana murió, decidió embarcarse en un viaje interminable sin casa, sin familia, con una pequeña valija, de un lugar a otro, sin parar jamás. Seis veces había dado la vuelta al mundo. «Si me detengo, me angustio, siento mareos y una gran opresión en el pecho. Me falta el aire y no puedo respirar» fueron sus palabras exactas. Cristiano profundo, decidió dar a sus viajes un sentido más allá de la supervivencia. Y, se dedicó a hacer favores, pequeños favores a personas desconocidas. Colocar flores en tumbas abandonadas, pasar tardes de invierno en hogares de jubilados y hospitales, invitar a pasteles a niños del tercer mundo que nunca han probado un pastel. En cada viaje, un servicio, una alegría para aquellos tristes o solos. Hondamente impresionada por el relato de este peculiar acompañante me despedí de él con un abrazo en la estación de autobús. «La vida no es para todos, me dijo al despedirse, la vida es para aquellos que saben apreciarla».

Volvía a casa en metro. Me esperaba retomar mi vida cotidiana y al regresar de un viaje siempre experimento un momento de angustia en el que me siento incapaz de conectarme de nuevo al ordenador central de mi existencia. Cavilaba. ¡Cuántos de nosotros estamos de algún modo aquejados por este extraño mal! ¿A dónde vamos? Intérpretes, comerciales, viajantes, traficantes, vagabundos travellers, artistas.

¿A dónde pensamos que vamos? Me preguntaba mientras las estaciones se sucedían a velocidad de vértigo, ¿a donde vamos, los que siempre nos vamos? Madrugadores espectros que deambulan por aeropuertos, autopistas y estaciones de tren. ¿A dónde? Quienes dejamos atrás hijos con anginas, parejas sin orgasmos, amigos desconcertados. ¿A dónde? Quiénes atesorábamos tarjetas de embarques hasta que nos dimos cuenta de su futilidad, los que pagamos fortunas en teléfono móvil, reyes del roaming, artistas de interminables cenas en soledad, saqueadores del minibar. Profesionales de la conversación banal, intrascendente. Coleccionistas de botecitos de hotel, turistas business class. ¿Dónde vamos? Los que casi nunca estamos, cuyas familias trascurren paralelas a nuestros tránsitos de terminal? Otras vidas que permanecen quietas, centradas en algún lugar, a pesar de nosotros……..

¿Dónde vamos los que necesitamos biodramina para el silencio y la quietud?

0 respuestas a «El mensajero»

Baudelaire dijo que el sentido del viaje es ir adelante, siempre adelante, hasta encontrar ¡lo nuevo!.

(Un tipo interesante, y millonario, supongo “La vida no es para todos, me dijo al despedirse, la vida es para aquellos que saben apreciarla”. La vida es para los millonarios, añado yo tímidamente y sin el menor cinismo)

Y lo importante, Ines: Hay un momento de tu relato en que he pensado en Carver. Y eso, para mí, son palabras mayores.
En general creo que somos todos los proscritos un jodido lujo que el mundo se está perdiendo. Y así le va al mundo y, sobre todo, así nos luce el pelo a nosotros.

Postliteratura es esto que estamos cuajando aquí entre todos, amigos. Celebrémonos y dejemos unos bonitos cadáveres, luego ya vendrán a buscarnos.

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