Por Luperca
Cada día tengo que caminar más kilómetros para encontrar algo de caza que llevar a la cueva.
Afortunadamente, mis cachorros ya pueden quedarse solos. No quiero ni pensar qué habría sido de nosotros si la sequía hubiera llegado cuando todavía dependían completamente de mí. Me habría resultado imposible salir a cazar, habría tenido miedo de que algún depredador los devorara durante mi ausencia.
Cuando al fin regreso con algo a lo que puedan hincar el diente, suspiro mientras los veo comer, preguntándome hasta dónde tendré que caminar mañana. En mi búsqueda he llegado al pie de una montaña, y mi olfato y la madre naturaleza me dicen que al otro lado los árboles están cargados de frutos y hay caza en abundancia. Pero es un camino largo y duro.
Mientras ellos duermen y yo contemplo las estrellas, pienso que en tiempo de sequía no importa lo fuerte que seas. De nada te sirven los músculos ni la buena puntería con el arco si no encuentras piezas que cazar. En mi camino me he cruzado con varios buenos cazadores que regresaban con las manos vacías. Ellos, como yo, tienen hijos que alimentar. Y hembras que cuidan de sus cachorros. Pero no saben interpretar las señales que la naturaleza nos envía.
Y antes de dormirme pienso que mañana les hablaré.