Por Pedro Lluch
Todos escribimos. En el primer mundo que nos ha tocado en suerte, donde un porcentaje alto de gente está alfabetizado, todos escribimos.
Descripciones de ítems para un catálogo. Un listado de platos en la pizarra que a la entrada del café anuncia el menú del día. Albaranes de entrega y la ruta del reparto de la mercancía. Las notas sobre el sueño de esta pasada noche (a petición del psicoterapeuta). Instrucciones para que no se olvide uno de apagar la caldera y cómo hacerlo (al dorso figuran las relativas a su encendido). El diario íntimo (ahora bitácora o blog) que da cuenta del paso de los días y que acabará ardiendo una noche de San Juan. Los estadillos al terminar el semestre, los debes y haberes de final de año, los suma-y-sigue de las contabilidades inmisericordes en la bruma de la resaca de los primero de enero. Los apuntes de las aulas. Los mensajes a través de dispositivos móviles (PDAs, blackberries, móviles, MSN…). Hojas de producción. Post-its o esemeéses de amor. Informes (médicos, comerciales, de evaluación,…).
El escritor es aquel, según dejara dicho Mann, a quien le cuesta mucho escribir.
Tirarse un pedo y contarlo es fácil. Tirarse un pedo y contarlo con estilo, eso cuesta mucho.
Es el estilo el que conforma y encauza el flujo de la linealidad literaria, acelerándolo, remansándolo, confiriéndole color (incluso olor y sonoridad si del cuesco es cuestión), ritmo, profundidad, variedad de textura y, en última instancia, identidad; es esta identidad la que, al cabo, confiere calidad propiamente literaria.
La obra literaria discurre entre la Escila y Caribdis del relato contra el estilo: a un lado el relato, mera relación de aconteceres, y del otro el estilo, emperifollado monstruo que, como un gongorino Polifemo, puede llegar a tragarse la más interesante de las historias. Trazar el rumbo entre ambos riesgos es el afán del escritor. Ha de llevar su nave al otro lado del estrecho, sin hundirla astillándola contra un escollo u otro.
Los hay que se escoran hacia el relato: más duchos en el relato de sus anodinos días sobre la tierra, olvidan dar densidad literaria a su obra; su barco es balsa al pairo de olita en ola. Los hay que se extravían en la morosa exigencia del estilo, y acaban hundiendo el buque por exceso de oropeles.
Y Escila y Caribdis, de ambos bandos, se ríen.
0 respuestas a «Entre Escila y Caribdis»
No está mal volver a hablar un poco de literatura. Ya tocaba.
Es verdad que el arte requiere el mayor sacrificio y la permanente búsqueda de la excelencia. Pero ojo, me parece que un escritor es, principalmente, alguien con facilidad natural para escribir. (Una cosa no quita la otra).
En mi opinión si a alguien le cuesta mucho escribir no debería hacerlo. (Igual que un tartamudo no debería ser actor o un cojo saltador olímpico). Eso que nos ahorraríamos todos.
En mi opinión, si a alguien le cuesta demasiado poco escribir y pretende escribirlo todo, tampoco debería hacerlo. Probablemente no está escribiendo sino defecando.
Quizá lo más difícil sea tener algo que contar.
También yo creo que lo primero es tener facilidad para escribir. Otra cosa diferente es que el escritor sufra hurgando dentro cuando escriba.
Y también están los escritores que sólo escriben sobre escribir: escritores que escriben para escritores, no para lectores.