Por Mujerabasedebien
Fotografía en contexto original: fauna2
La naturaleza sexual de cada uno resulta difícil de ocultar.
Yo llevo la mía escrita en la cara. A los hombres les basta mirarme una vez para saber que soy una hembra que disfruta mucho con el sexo.
Acudí a aquella fiesta tras una abstinencia voluntaria de varios meses, sin ningún propósito en mente, todos eran amigos y viejos conocidos, no era probable que de ella surgiera algún plan que rompiera mi vida de castidad.
Ya por la mañana me había visto en el espejo con el guapo subido, y escogí una ropa que redundara en las virtudes de mi cuerpo.
No uso perfume. La experiencia me ha demostrado que mis feromonas son mi mejor carta de presentación. Y hacía calor, sudaba. Los machos interceptaban mi camino cuando me acercaba a la barra: estás guapísima hoy, estaban pendientes de darme fuego cuando me llevaba un cigarrillo a los labios y se ofrecían a ir a por mis copas: deja, yo te la traigo ¿qué te pido? Empecé a sospechar que antes de que amaneciera habría puesto punto final a mi experimento de vida sin sexo. ¿Con cuál de ellos?¿Por qué tenía que elegir a uno solo? De buena gana les habría hecho felices a todos. Coqueteé a discreción y dejé que la noche me mostrara el camino.
No acababa de refrescar. La melena me provocaba un efecto invernadero sobre el cuello y el principio de la espalda, y me la recogí con la mano para que corriera el aire. El hombre que vive al filo aprovechó para soplarme en la nuca como un pequeño ventiladorcito erótico.
– Ay, muchas gracias- agradecí.
Llevaba varias horas demostrándome que era otro macho compitiendo por la hembra, acercó la nariz a mi cuello y me olisqueó como si fuéramos dos animales en la selva. dando con ello lugar al comienzo del proceso natural de selección. Había machos más jóvenes, más fuertes y más guapos, pero ninguno había provocado aquella corriente de deseo en las terminaciones nerviosas de mi piel.
– Qué bien hueles, qué maravilla- repitió varias veces sin dejar de olfatearme.
Con ese gesto, aparentemente inocente, hizo que subiera la marea que inundó mi cueva. Allí reside la hembra que unas veces se contonea felizmente sumisa bajo un macho que sepa lo que hace y otras se mueve con autoridad sobre él, todo para sentirse llena de hombre.
Supe en el acto que, entre todos, él sería quien terminaría la noche dentro de mí.
La naturaleza es sabia.
Hacía mucho que había amanecido cuando volvió a vestirse para llevarme a casa como un caballero.
Cuando me bajé del coche, todavía me temblaban las piernas. Y ya había empezado a brillar la sonrisa que me iluminaría durante un par de días más.
0 respuestas a «Feromonas»
Es cierto. Tenías el guapo subido y los ojos de gata en celo. Las cuentas de azabache de tu collar señalizaban el camino desde la fragancia de tu cuello hasta la promesa del canalillo. Allí estabas, cortejada por el viejo macho aún no destronado. Yo, perro viejo, amagé con él y contigo por puro fair-play. El hubiera aceptado el trío. Tú le seguiste el juego y de paso me pusiste a prueba, pero ya lo habías decidido…mi beso fué un deseo de buenas noches. Me alegra que esa lo haya sido.