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Fiesta de los maniquíes

Miguel Pérez de Lema
Imagen en su contexto original: joesnycstreetninecompixbeard-and-wigs
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Vértigo ante el escaparate de la tienda de pelucas, con sus veinte cabezas de mujer cortadas. Al pararse ante ese escaparate, se queda uno horriblemente sólo ante veinte pares de ojos femeninos, el más inmisericorde jurado que pueda reunirse. Es un escaparate desafiante, donde las cabezas forman una comunidad impenetrable, hosca, represora.

De todos los escaparates con maniquís posibles, es ante estas veinte cabezas donde se tiene la certeza de no ser observador del muñeco sino observado por él. A estas veinte cabezas es muy difícil no rehuirles ni agacharles la mirada.

Ante la capacidad de penetración unánime de las cabezas cortadas, -veinte mujeres, veinte reproches, un mismo desprecio- quedamos desangelados, indefensos. Las pelucas coloridas, chillonas, sus cascadas de tirabuzones, son un añadido inútil, una alegría postiza sobre estas cabezas cortadas, vindicativas.

Ante este jurado seríamos incapaces de defender nuestra inocencia, con este público fracasaríamos. Son cabezas despiadadas esperando resolver una cuenta pendiente.

Al escaparate de la tienda de pelucas sólo se le acerca en vértigo, aunque por otros caminos, ese viejo escaparate con maniquíes infantiles de la anticuada tienda de barrio. Son niños momificados, polvorientos, con el pelo sucio. Niños desenterrados que amenazan con llevarse a nuestros niños a su sepultura. Niños ante los que conviene cruzar los dedos, hacer la cruz, apretar el paso.

El escaparate es la pecera del maniquí, su burbuja protectora, su espacio sagrado. Con cuánta delicadeza se descalza la chica de la tienda para introducirse en ese mundo acolchado y con qué tacto se aproxima al maniquí para servirlo. Qué estampa velazqueña, qué meninismo redivivo –el muñeco nos llevará siempre al barroco-.

Hemos visto ese momento extraño, en el que desnudan los maniquíes de un escaparate, esos diez minutos inquietantes en que las chicas de la tienda dejan los maniquíes desnudos mientras preparan el nuevo conjunto para vestirlos. La desnudez impertérrita del maniquí en el escaparate anula el tiempo y reverbera en la calle, dejándonos en la duda de cuándo estamos. Al ponerle el nuevo conjunto, el maniquí vuelve a engarzar el mundo en el eje del tiempo, nos sitúa, nos viste. Nos reafirma en nuestro abrigo confirmándonos que, efectivamente, hace frío de abrigo.

Vamos, en nuestra adoración del muñeco, en nuestro devenir servil, siempre detrás del maniquí. En esta época de descreimiento y falsedades en pocas cosas tenemos tanta fe como en la palabra del muñeco. El muñeco es sabio, sólo habla en contadas y solemnes ocasiones. Palabra de muñeco.

Cuando a finales de nuestro invierno el maniquí ya vive en verano, nos salva la vida, nos asegura que vamos a llegar, al menos, hasta el próximo verano. Descubrimos que ha hecho un viaje chamánico para revelarnos nuestro futuro. No es sólo que el maniquí haya viajado al futuro sino que además regresa a nuestro presente vestido con las ropas que llevábamos, que llevaremos. Seguir los dictados del maniquí evita crear una paradoja en el tiempo.

Ante cierto escaparate de tienda de modas con un solitario maniquí decapitado no podemos dejar de pensar en aquel otro escaparate visto al principio del paseo, el escaparate de la tienda de pelucas. Aquel escaparate inquisitivo orientado exactamente en dirección a esta otra calle, con sus veinte cabezas ansiosas mirando hacia este inocente cuerpo sin cabeza. Acaso sea esta la verdadera vindicación de aquellas cabezas, su contagioso malestar, su acre rivalidad. Un sólo cuerpo para veinte cabezas soberbias convencidas todas de poseer mucho mayor merecimiento que las demás para apropiárselo, y la tristeza común de saber que, para todas, es igualmente imposible.

0 respuestas a «Fiesta de los maniquíes»

Muy interesante y sensible el art. sobre el maniquí,confieso haber permanecido en ocasiones tratando de buscar la metáfora del alma de un maniquí vestido, desnudo,mutilado, representativo.He buscado miradas diferentes, profundas e indagantes en los vacios ojos de fantasía. Gracias Sr. Lema x su magnífico artículo,fue un placer coincidir y leerlo.Afecto.Susana.

Buen artículo, felicidades desde México. Algo le pasó a las hijas de Lot y, la misma idea, ronda en relación a las estatuas, que son lo peor cuando de mirarnos -ellas- se trata; pero por eso las cagan las palomas.

Abrazo

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