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Quien canta su mal espanta

por Marisol Oviaño

Cuando era tan pequeña que todavía no iba al colegio, mi madre y la mujer del socio de mi padre –que tuvo cuatro hijos varones- iban juntas a la compra. Y para vergüenza de mi mamma, la otra me subía en el mostrador de cada puesto y me ponía a cantar. Lo sé porque me lo han contado, yo no me acuerdo de nada; pero conociéndome como conozco, seguro que me encantaba ser la estrella del mercado.

En la adolescencia iba con la guitarra a todas partes y componía mis propias canciones, llegué a tener una gran carpeta con unas doscientas letras, que hoy lamento haber tirado a la basura. Y a los veintitrés años, me enamoré del padre de mis hijos la noche que sacó una guitarra del maletero de su coche y se puso a tocar. Cantar es una de las pocas cosas que echo de menos del matrimonio.

Desde que nuestros caminos se separaron, sólo he cantado en casas de amigos músicos, durante fiestas de cumpleaños a las que también estuviera invitado el hombre que vive al filo. Él considera que la música es un medio para hacer que los demás lleguen a la catarsis, y siempre convencía al anfitrión de que le dejara montar el equipo y un pequeño escenario para que quien quisiera pudiera cantar.

Ahora nadie está para fiestas. Nos hacemos viejos, todos andamos económicamente asfixiados y el hombre que vive al filo se ha echado al monte. Ya no hay quien cante.

El viernes pasado unos amigos improvisaron una cena en su casa. Y tras el postre, el anfitrión sacó una vieja guitarra y se la dio a otro de nuestros músicos de cabecera. Al principio empezamos a cantar tímidamente, bajito y con cuidado de no desafinar. No era una fiesta, no había micrófonos ni amplificadores, y ni siquiera habíamos bebido más de la cuenta. Pero poco a poco fuimos perdiendo el miedo al ridículo y acabamos desmelenándonos como dios manda, alcanzando una catarsis que nos dejó como nuevos.

En estos tiempos que corren, todos necesitamos esos ratitos de liberación que nos cargan las pilas. Pero no siempre hay un guitarrista cerca. En ese caso, pon tu disco favorito a todo volumen y canta, canta hasta quedarte sin pulmones.

8 respuestas a «Quien canta su mal espanta»

A mí, por mi voz de cazallera, me van más las canciones desgarradas. Pero, metidos en harina, cualquier canción sirve para levantar el ánimo. El otro día cantamos cosas de la movida, de Aute, de los Beatles, de Police, lo intentamos con la bossa nova y hasta nos desgañitamos cantando los clavelitos de la tuna.

Me gusta ese repertorio. Yo canto fatal, evitan en lo posible que cante y me planteo que a partir de ahora me paguen para acabar con la pertinaz sequía.

Marisol, si no he pensado o dejado de pensar, es verdad que no hace falta cantar bien para disfrutar. Es que cada vez que voy cantando con la radio en el coche, o canto algo en casa, etc me piden que deje de estropear las canciones…en mi caso es que tengo un público muy exquisito…

A mi me gusta cantar casi de todo, pero especialmente la mayoría de lo que canta Chavela Vargas. Son letras de desamor, desgarradoras algunas, pero a mi no sé por qué no me entristecen. Tal vez porque las asocio con noches de copas y amig@s en las que se cargan pilas para otros ratos no tan placenteros…

Qué recuerdos y qué evidía. Aunque por aquí en muchas ocasioes hay una guitarra y se canta un montón, no es lo mismo. Os echo de menos y os quiero.

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