por Inés Zarza
Hoy empiezo el gimnasio. Son muchas ya las noches en las que tengo tentaciones de ducharme con la luz apagada. Estoy en plena crisis: tengo los mismos años que mi talla. Mientras camino por las lluviosas calles de Getxo, fantaseo con la posibilidad de convertirme en una mujer estupenda y ligar con un tipo-chocolatina. Entro en el local; un centro deportivo de alto standing rodeado de una atmósfera de lujo, wellness y sudor. Mientras paso por el control de seguridad, mi timidez crece.” Tendré que encontrar aliados”, pienso mientras compruebo que llevo la botellita de agua, el móvil y una toalla, artilugio indispensable para navegar en mares gimnásticos. Nada más entrar, vislumbro dos faunas claramente diferenciadas: en la zona de cardiovascular los gorditos: emulando a los tres cerditos protegiéndose del lobo. Y, en la zona de aparatos de musculación, lánguidos y flaquísimos, los vigoréxicos, narcisos y autistas, siempre cerca de un espejo. Me presento ante el monitor que me envía directamente a la zona cardiovascular (no es ninguna indirecta: antes de pasar a la “zona roja” hay que calentar). Me subo a una máquina de step (con cara de saber de qué va la movida) y programo 20 minutos a dificultad media. Cuando adquiero velocidad de crucero y empiezo a sentirme cómoda e incluso gimnástica, suena mi móvil y en un gesto torpe y nervioso intento agarrarlo y escapa y cae al suelo, me agacho a recogerlo y el step, impasible, me lanza por el aire hacia un supergordito ante cuyas lorzas abdominales caigo estrepitosamente. Veo todo rojo. Acude en mi socorro el monitor que me indica que pase a la zona de aparatos. Mare de Déu. El monitor me prescribe un circuito escrito en una hoja, pero me suena a chino. Me acompaña al primer aparato. Nada más empezar, se me acerca amenazadoramente una vigoréxica que me espeta: “Yo hago en tus descansos, así que mejor ligerita”. Observo que de su bíceps parece querer salir un poltergeist. ¡Joder qué miedo! Paso a hacer unos ejercicios de brazo con dos pesas de tres kilos, y con horror descubro que he de hacerlos frente a un enorme espejo. Cada vez que levanto los brazos aparece una extraña deformación cerca de mi cadera, una protuberancia que no había descubierto hasta ese momento. Mi frente se perla de sudor. Hago tales esfuerzos para no mirarme, que mañana tendré agujetas de cuello. De refilón veo a un Michelin con cara de lerdo y sonriendo mientras levanta una pesa de 40 kilos. Malévolamente pienso: “Músculos: 10, paquete: 0”. El resto de la experiencia es igual de deprimente: abdominales infernales, una pelota redonda para hacer sentadillas y una música de chunda chunda que me pone de los nervios. Olvidé el iPod, aquí todo el mundo tiene uno. Pasados 60 minutos, salgo cabizbaja mascullando un poco convincente “hasta mañana”, al que nadie responde…
A punto de caer en el desánimo total recuerdo que es miércoles, mi noche habitual para ir al cine y tomar unas cervezas con los amigos. Recuerdo, también, que a fin de cuentas, con mi vaquero negro favorito y mi top azul, aún tengo un pasar. Que tener 40 años y ser una mujer normal no es el fin del mundo. Poco a poco enfilo la calle de vuelta hacia mi casa, no sin antes recalar en el Itxas Bide y tomarme un pintxo de tortilla con un café con leche.
0 respuestas a «Una mujer normal en un gimnasio»
tentaciones de ducha a oscuras… mmmmh, y con la calor que hace… para luego tenderse en noche de luna plena a dejarse secar por el tiempo… mmmh.
Talla edad= 40
La talla es perfecta y la edad también, sí es cierto que en la mujer los 40 supone un poco de crisis pero eso nos pasa a todas, yo a los 40 preparando unos pelotazos -a mi hemano y al que era mi marido por entonces- decidí que ni uno más, esto era un sábado y el Lunes me fuí a ver a mi abogado para preparar el divorcio. No a todas nos da la crisis por lo mismo… menos mal!
Al lado de casa, tengo un Fitness Cetre y cuando llego a casa por la noche les veo a todos por el escaparate.. Sí, escaparate pues parecen todos y todas muñecos inflables
y como bien dices, mucho ruido y pocas nueces- ellos-. Ellas, no me interesan y allá ellas. Lo que más me fastidia es que en vez de venir andando o a la carrerita hasta el gimnasio, traen sus coches y nos fastidian el aparcamiento a los que vivimos alli
la vida es muy corta para pasarla haciendo el gilipollas frente a un espejo, hombre (claro que, ahora que lo pienso, muchos bares tienen espejos tras la barra ¿será para que bebamos más?)
….. y mira,para que queremos convertirnos en mujeres maravillosas y comernos un sucedaneo de chocolatina, nooo yo quiero ser normal y llevarme un peazo tio normal- Jamon Jamon!! todo suyo y para mí !! vamos que no se la agarre con pinzas-nunca mejor dicho..jejejej
Pero bueno Inés,
¿Por qué te torturas en esas cámaras del horror cuando sabes que estás estupenda y tienes un polvo que tu madre no te lo quita ni con fairy, hija? Nada, la próxima vez esccribe sobre lo del bar y la torti que vino a continuación que ya sabes mejor que nadie que a tí, lo del morapio te pone mucho más que ver a gordos sudorosos vestidos de horteras. ´
Alguien que te quiere con músculo 6 y paquete 6 y medio