Esta mañana cogí a bulto los ahorrillos de mi hija y me fui al banco, a pagar un recibo justo antes de que nos cortaran el suministro. Y cuando puse el dinero sobre el mostrador, vi que uno de los billetes era más falso que yo cuando me maquillo.
La cajera se ha paseado por toda la sucursal con los 50 euros en la mano, probando en distintas máquinas y consultando el caso con sus compañeros, que tocaban el billete y lo miraban al trasluz. Detrás de mí se había formado una cola de al menos diez personas, que comentaban con guasa el color tan sospechoso que tenía el billetito de marras. Supongo que sentían la extraña alegría de saber que, esta vez, el gilipollas no has sido tú.
Que pensaran lo que quisieran. No me iba a poner a explicarles que lo había cogido del monedero donde mi hija guarda lo que las ancianas de su familia le dieron por Navidad. Ellos también tienen padres y abuelos.
Por fortuna, poniendo lo poco que llevaba en la cartera podía pagar el recibo. Pero me he quedado con treinta céntimos hasta que mis alumnos vuelvan de Semana Santa en abril. La cajera me ha dicho que, si quería, podían mandárselo a Prosegur para que ratificaran que era falso. En caso de que fuera bueno, me lo ingresarían en cuenta. Mientras me lo decía me tendía el billete, dando por hecho que preferiría colocarlo. Pero he retirado la mano como si temiera que la falsificación pudiera mancharme.
Si hubiera podido colárselo a Botín, a algún Director General de Trabajo, a algún Consejero de empresas hidroeléctricas o a algún miembro de la realeza, lo habría cogido sin dudarlo y habría llevado a cabo el toco mocho con disciplina militar.
Pero, para colar algo tan llamativamente falso, tendría que engañar a alguien que esté mucho más perjudicado que yo; alguna persona mayor con las facultades mermadas, por ejemplo. Y joder a otro que esté más jodido que yo va contra mi naturaleza: los remordimientos de conciencia no me dejarían vivir.
De modo que le he dicho a la cajera que revisen el billete.
Si es bueno, no habrá pasado nada.
Si tal y como parece el billete es falso, dejará de hacer daño a los más débiles.
Y mi hija perderá 50 euros, pero habrá aprendido una valiosa lección.
Seguro que la próxima vez que le den dinero, se parará a mirarlo.