Miguel Pérez de Lema
Con esto del centenario de la guerra contra los franceses se está hablando un poquito de Galdós. Una buena noticia. Falta hacía. No va ser todo Pérez Reverte. De vez en cuando viene bien algo de literatura en esta magra sopa de letras que es nuestro presente.
De entre los Episodios Nacionales, el de «Gerona» es uno de los más brillantes. (Un idiota propondrá dentro de poco que los llamemos Episodios Estatales, o Episodios Españolistas, o Episodios y Episodias, o qué se yo).
Lo que interesa es, sobre todo, recordar que Galdós fue un escritor inmenso, cuya única desgracia fue la de nacer español. Si hubiera sido francés sería, al menos, tan reconocido como Balzac y su «Comedia humana».
Leer hoy Gerona, y la narración del heroísmo de los gerundenses sometidos al hambre atroz del sitio de la ciudad, que siguen combatiendo contra los franceses, tiene su punto de morbo y su punto de perplejidad.
Hay una lectura revisionista del sitio de Gerona, que viene a decir que la resistencia fue el error y el empecinamiento de un general venido de Cádiz que amenazó de muerte a la población para que nadie hablara de rendirse.
La cosa, con ser cierta, es falaz. Porque todo general que defiende una plaza sitiada tiene que ser espacialmente duro con los sitiados y, sobre todo, porque ese general venido «de fuera» era en esos momentos el gran héroe de Cataluña. (Había reconquistado unos años antes el Rosellón a los franceses, que Godoy perdería inmediatamente).
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Dejo aquí unas frases de la vibrante prosa galdosiana sobre el heroísmo de los habitantes de Gerona, destacándose en la lucha por la Independencia de España.
«Saliendo con mi fusil al hombro a donde el tambor me llamaba, corrí por las calles. Estaba ciego y no veía nada ni a nadie. Mi cuerpo desfallecido apenas podía sostenerse; pero lo cierto es que andaba, andaba sin cesar. Hablando febrilmente conmigo, me decía: «¿Pero estoy loco?» «¿pero estoy vivo acaso?» ¡Terrible situación de cuerpo y de espíritu! Fui a la muralla de Alemanes, hice fuego, me batí con desesperación contra los franceses que venían al asalto, gritaba como los demás y me movía como los demás. Era la rueda de una máquina, y me dejaba llevar engranado a mis compañeros. No era yo quien hacía todo aquello: era una fuerza superior, colectiva; un todo formidable que no paraba jamás. Lo mismo era para mí morir que vivir. Este es el heroísmo. Es á veces un impulso deliberado y activo; a veces un ciego empuje, un abandono a la general corriente, una fuerza pasiva, el mareo de las cabezas, el mecánico arranque de la musculatura, el frenético y desbocado andar del corazón que no sabe a dónde va, el hervor de la sangre que, dilatándose, anhela encontrar heridas por donde salirse. Este heroísmo lo tuve, sin que trate ahora de alabarme por ello. Lo mismo que yo hicieron otros muchos también medio muertos de hambre, y su exaltación no se admiraba porque no había tiempo para admirar. Yo opino que nadie se bate mejor que los moribundos».
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Creo que durante mi más tierna juventud, empecé durante una gripe uno de los Episodios Nacionales y lo dejé olvidado cuando a vino a buscarme el novio de turno.
Sin embargo, recuerdo que es, sin lugar a dudas, uno de los escritores que más me ha impresionado: él y Valle Inclán. Los recuerdos de sus personajes todavía hoy me persiguen cuando conozco a gente como, por ejemplo, las Miau. Me han entrado muchas ganas de releerlo.