por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: diariodelviajero
Llego de la última clase casi a las once: me he puesto hablar con mis talentosos y jóvenes alumnos y se me ha ido el santo el cielo. Mi hijo hoy duerme fuera, mi hija ya ha cenado y está viendo la tele, esperándome para acostarse. Cuando cojo el mando descubro que en la 1 echan Casablanca. Qué casualidad: yo me voy a Casablanca el lunes, a hablar sobre literatura y blogs en el Instituto Cervantes de aquella ciudad.
Y aunque sé que la Casablanca del Rick’s sólo es un decorado (que no se parece en nada a la real que yo conocí hace veintisiete años, y mucho menos a la que encontraré dentro de cuatro días), me tumbo en el sofá. Y cuando Ilsa le pide a Rick que piense por los dos, suspiro.
Yo no puedo pedir a nadie que piense por mí, hace mucho tiempo que soy yo quien toma todas las decisiones. Es el precio a pagar por la libertad, que es agotadora; sobre todo en épocas de carestía. No me extraña que tanta gente quiera tener jefe. Al menos, cuando les despidan podrán pegar fuego su coche.
Yo no puedo echarle a nadie la culpa de nada. He llegado aquí pasito a pasito por una convicción que se mantiene inalterable porque, a pesar de los reveses, el camino está plagado de señales. Sólo pido sabiduría para saber interpretarlas.
Odio volar. Pero sé que el lunes, cuando el avión despegue, no podré evitar unas lágrimas de agradecimiento: al fin será otro el que pilote.
Nadie dijo que fuera fácil.
Si lo fuera, cualquiera podría hacerlo.
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Una respuesta a «Siempre nos quedará casablanca, 1: Humphrey y yo»
Emocionante. Un abrazo.