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prisionero de sí mismo

por Sargento Asuvera

Se escapó del campamento hace tiempo.
Supongo que imaginaba que mandarían patrullas en su busca, que habría algún tipo de represalia, que al fin podría cumplir su penitencia. Probablemente, la indiferencia hacia su fuga haya terminado de volverle loco. Sus gritos resquebrajan la helada nocturna. La puerta de la Comandante se abre a mis espaldas.

– ¿Hace frío, Sargento? ¿Saco la manta?
– Sí, señora.

Yo sigo de espaldas a ella. La manta amortigua el ruido de las botas militares sobre el porche de madera, los hielos tintinean en el whisky, el banco suspira cuando ella se sienta sobre él, el loco grita. Aúlla. Sé que ella está liando un cigarro por el ruido que hace con la bolsa del tabaco, oigo el mechero y hasta mí llega un agradable olor. El loco sigue gritando y ella sigue fumando en silencio aunque, por la duración de las caladas, sé que está pensando en el puto loco igual que yo.

– Me vuelvo dentro –gruñe apagando el cigarro con el pie-. Aquí no hay quien piense.
– ¿Y si lo detuviéramos?
– ¿Para qué?
– No sé, parece que le vuelve loco que nadie le castigue por su deserción –aventuro.
– Le vuelve loco la libertad, Sargento. Y este es un ejército de hombres libres, no tiene nada que hacer aquí.

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