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Ulises en la T4

por Inés Zarza
Fotografía en contexto original sicopop

ulises-t4.jpg

-Madre, acaba de llamar Ulises por el fijo, pregunta si le podemos ir a buscar al aeropuerto, dice Telémaco tranquilo, no encuentra las llaves de su coche.
Penélope se incorpora a regañadientes del sofá.

-Es la quinta vez este mes, masculla, tendré que mandarle a un especialista porque esto no hay quién lo aguante.
-¿Qué más te ha dicho?
-Que te espera en el Mermaids.
-¿En el Mermaids? Vieja zorra… ¿Y cómo vamos a salir de aquí con todos los pretendientes ahí fuera?
-Tranki madre, lo que tienes que hacer es vestirte de kolega.
-¿De qué?
-Si, de skater: chamarra, visera, gafas de sol y zapatilas Vans……… no te va a reconocer ni Zeus.
-A los dioses ni los mentes, hijo, ni los mentes.
Unos minutos más tarde, Penélope y Telémaco salen del bloque inadvertidos. Sin embargo mientras atravesaba, rauda, el portal, Penélope pudo apreciar
el musculado torso chocolatina de uno de los pretendientes. Jodido Ulises.
Una vez en el coche, Penélope da rienda suelta a su ira.
-No puede ser, Telémaco, es que no puede ser, tu padre cada día está más despistado, no sé qué tiene en la cabeza. ¿No sabe que el domingo es el día de los pretendientes?
Telémaco sonríe y asiente con la cabeza, desde el mullido aislamiento que le proporciona su iPod a todo volumen.
El Mermaids es un bar de aeropuerto algo tristón. Lidia, su dueña, tiene los ojos cansados y el corazón de mantequilla.

Cuando Penélope entra en el local dispuesta a tirarle a Ulises el juego extra de llaves de su coche, puede ver a un hombre con la mirada perdida, sentado en una ridícula silla que acentúa las dimensiones de sus gigantescas piernas. Un náufrago. Muy a su pesar, siente un estremecimiento. «Ojos para abandonarse en ellos”, pensó el primer día que le conoció, para perderse en su inmensidad cambiante, pero, sobre todo, ojos para reflejarse en ellos.
Un hombre, el hombre, único entre todos los que no son él.
Penélope. Un mástil de ojos, pecho y piernas.
Una mujer, la mujer, única entre todas las que no son ella.

Han pasado apenas dos o tres segundos. Penélope ya sabe que será ella quien tendrá que volver al día siguiente al aeropuerto para encontrar el coche que Ulises sencillamente extravió, como se pierden las alpargatas en la arena cuando sube muy rápido la marea. Con la dulzura del amor en rescoldo, conduce a su marido hacia el coche y le instala en el asiento del copiloto. Ulises se deja llevar. Su mirada regresa poco a poco a Ítaca.
-¿Y qué hacemos con los pretendientes?
-Tranki jefa, no problem, hoy el Athletic juega en San Mamés

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