por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: bezuhov
Cocinó para la mujer de Lenin, para su hermana María y su hermano Dmitri. Dicen que incluso para Stalin.
Desde los 15 años trabajó en los mejores restaurantes de Sankt-Petersburgo cuando el sector de la restauración se estaba desarrollando a pasos de gigante. Aunque no le gustaba mucho su oficio, se las apañaba de maravilla entre los fogones
Vivió modestamente en un pisito de dos habitaciones que mantenía muy cuidado, y nunca hablaba de su trabajo ni se le oyó alabar sus propias recetas. Para qué, si, según solía decir, todo lo que estaba haciendo se lo zampaban y nada quedaba, ningún recuerdo. Le habría gustado ser ingeniero o arquitecto para construir algo grande que durara para siempre.
A los 86 años murió como mueren los seres humanos del montón; en silencio.
Medio siglo más tarde, Boris Yeltsin decidió traspasar todo su poder a las manos del nieto de este simpático abuelito.
Entre las aficiones de Vladimir Putin se destacan la pintura y el deporte. Se le vio también cantar y bailar pero nunca cocinar. A ver si algún día se anima a ello.
Para sus amigos, claro.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena