por Juan Hopplicher
Imagen en contexto original: lacandelaria-sdis
Estoy en clase explicando a los chicos lo poco que sé de la Constitución del 91 cuando veo un hilo de sangre en el suelo. Lo sigo y me lleva a Nicolle Tatiana.
Nicolle Tatiana es una preciosa niña indígena de unos nueve años. No sé si sus papás trabajan tanto que no existen, están en la cárcel o muertos o son alcohólicos. El caso es que ella es quien se encarga de bañar, alimentar y vestir a sus tres hermanos menores.
Está sentada silenciosa y bajo sus copiosas ropas tiene una hendidura sanguilorienta abierta en su espalda.
Me dice casi con vergüenza que se cayó esta mañana sobre unas vigas. Ha seguido sin rechistar todo el día, trayendo a sus hermanos a la fundación para que almorzaran. Al más pequeño le machacó los frijoles para que los comiera mejor. Luego ayudó a los otros dos con las tareas.
Nicolle Tatiana está delante de mí con un herida del tamaño de su boca que no deja de sangrar.
La tomo la mano y le digo que nos tenemos que ir al Hospital. Me dice que no puede, que sus hermanos están todavía con la clase de inglés.
Sólo accede cuando le aseguro que yo me encargaré personalmente de llevarlos a tomar el refrigerio una vez que la haya dejando a ella en el hospital.
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