por Robert Lozinski
La verdad es esta: los rumanos se pueden ir a tomar por culo, con perdón, porque no cuentan aunque estén en el mapa de Europa.
En 1997, cuando obtuve mi primera beca de estudios en Madrid me preguntaron de dónde soy. Dije que soy rumano. Ah, rumano, de Bulgaria, de Budapest ¿verdad? No, de Rumanía, de Bucarest.
En Rumanía el crío más tonto de la clase sabe que París es la capital de Francia o que Roma es la capital de Italia. Les suena Napoleón, Cristóbal Colón, Hitler o Mussolini. En cuanto a Rumanía, tengo la más absoluta certeza de que ni se la menciona en los libros de historia occidentales. Y con razón: los rumanos no salieron de su casa para conquistar otras tierras. Se quedaron en ella para defenderla, bien o mal, de los turcos o tártaros. Dime quién es tu enemigo y te diré quién eres. Si al menos hubiéramos luchado contra Francia, España o Austria, viejas naciones de Europa.
“Esto huele a tigre”, dijo una vez un español, inspector en el ministerio me parece, que viajó al país de Drácula para visitar las secciones bilingües. Entiendo que es una expresión que se usa cuando algo molesta con su mal olor. Hablaba de Bucarest, de la habitación del hotel en que se alojaba, de los ámbitos a los que había sido invitado. Le doy toda la razón a este distinguido occidental: la ciudad está sucia, maloliente, destartalada.
En 2000 o 2001 cuando yo era jefe del Departamento de Español, me las tuve que ver con una chica valenciana, una “enchufá” según me explicaron luego, hija de una concejala en el Ayuntamiento valenciano o algo así, que venía a dar clases de castellano en el bilingüe. Miraba a todos y a todo con cara de mucho asco y enorme espanto. ¿Pero qué país es este? ¿Adónde he llegado? La pobre no aguantó y se largó a los pocos días. En su vida volverá a pisar esa tierra que ella vio tan miserable y gris.
Me hallaba en un hotel de París y había cogido el ascensor para subir a la habitación. Justo antes de que se cerraran las puertas automáticas se me unieron dos negrazos de casi dos mertros cada uno. Uno me preguntó en la lengua de Moliére de dónde soy. Contesté que de Moldavia. No lo entendió. L’Union Soviétique, dije. Ah, La Russie. Me miró con respeto. Vladimir Putin, vodka etc. Me dio una palmadita amistosa en el hombro. A lo mejor sólo quería cerciorarse de que la cazadora de piel que acababa de comprarme tenía buen material.
Cada día me levanto a las 6 de la madrugada y voy al instituto donde enseño a mis alumnos la lengua de Cervantes. La mayoría la aprenden con mucho gusto, leen con facilidad o la hablan con soltura cosa que, después de 17 años de experiencia, aún me asombra. Son alegres y dicen que aman el país en que viven. Como han nacido aquí a lo mejor no notarán ese olor a tigre que, en la opinión de los caballeros occidentales que nos visitan, lo impregna todo.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
6 respuestas a «La Rumanía que huele a tigre»
yo, sin embargo, conozco a un tipo español que, aunque jamás ha estado allí, idealizó tanto al país tras leer a Eliade, Ionesco y Cioran que lo imaginaba como una isla de intelectuales atormentados (y algo puteros, también), y se inventó que él era en realidad rumano. Luego, tanta gente le creyó que le dio coraje desmentirlo. Y por ahí sigue.
Al igual que este tipo que mencionas, soy una enamorada de Rumania. Nunca he estado pero desde que conocí a mi familia Rumana, sí, mi familia, ya que nos hemos adoptado mutuamente. Para mi, ellos son Rumania= Amor, respeto, amistad: Y algo importante,amor por España. Y yo amor por los sarmale !!!
La filosofía de Cioran gusta a los occidentales. Savater, me parece, hizo una tesis doctoral sobre él pero cuando debía defenderla los del tribunal dijeron que tal filósofo no existía. Entonces Savater le escribió una carta donde explicaba la cómica situación. Cioran le contestó pidiédole que no lo desmintiera.
de lo malo, el olor no es lo peor de Rumanía
de lo malo, la falta de olfato no es lo peor del “occidental” como tú los llamas
Este relato no desprende olor (ni a tigre ni a tigra)… lo que desprende es acidez
…acidez que quiere ser espada o navaja melonera y se queda en cortaúñas oxidado… eso si… muy ácido…
Buenas tardes,
Decidí poner un comentario en este post, porque me identificó con una buena parte. Llegué a España hace casí dos años, decidí vivir aquí, intentar respirar un aire nuevo, digamos fresco, después de 25 años de Rumania. Como tú dices… no sientes el olor hasta que no sales…hasta que ya no puedes más, que estas hasta las narices que te tomen el pelo y te manden a tomar por…… Me harté de Rumania y su corrupción y puterio. En mi camino tuve muchas personas que me han influenciado y a los cuales admiré. Ha sido Cervantes, has sido tú y muchos compañeros más, profesores en Cervantes, ha sido mi carrera profesional. Toda mi vida estudié sobre un país de fantasía, sobre su historía, me enamoré con las palabras de Quevedo y lloré en la música de Jose Luis Perales…y dijé lo voy a intentar. Llegué aquí con mi pasaporte rumano, con dos carreras de filología inglesa y española, con un título de traductor jurado y a primera vista me preguntaban de que parte de España soy, después de ver mi pasaporte me preguntaban si vine a recoger fresas o a trabajar en la casa de alquién. Digamos que mi historía es una distinta que la mayoría de los rumanos que intentan su suerte aquí. Logré demostrar de que soy capaz y de valorar todo lo que había estudiado en Rumania. Logré darles una lección. Después de casi dos años tengo una empresa de traducciones, trabajo como política en el Ayuntamiento siendo Directora de Area de Extranjeros y también soy presentadora de noticias en mi municipio. Después de todo esto la gente se sigué sorprendiendo que soy rumana. Soy muy orgullosa de ser rumana, de haber tenido la posibilidad en mi país de aprender español y de poner llevarlo a otro nivel, a uno bilingue, y también me siento muy orgullosa de haber tenido un profesor de español como tú.
Bueno…no sé si te acordarás de una vieja alumna… pero desde la Costa del Sol te mando un fuerte abrazo y un enorme gracias por todo.
¡Enhorabuena, Valentina! Me alegro por tu carrera profesional. Este mundo sí que puede ser un pañuelo.