Por Pedro Lluch
No es la sequía que vemos en la tele; no es la sequía de moscas sudanesas, la de aldea abandonadas en Eritrea. Es la sequía que tenemos en la tierra nuestra de cada día.
Los sembrados apenas verdean. Me dicen que, un año más, y van cuatro, la cosecha será un tercio sólo de lo que pueden dar los campos. Los ribazos están marchitos. El viento levanta polvaredas en las cañadas. La tierra gime de sed. Los granados padecen, los olivos no dan fruto, las parras son solamente sarmientos largos. Padecen los bosques: he visto secarse encinas de 40 años. El gengibre se agosta en sus ramas más bajas, y las matas de tomillo se pulverizan cuando uno las pisa. Un par de cedros pierden sus agujas y abren las ramas como brazos de náufrago, algo caídos, como si se hubieran convencido ya de que la sed será el final, desalentados. En el roquedal, la piedra pierde sus manchas de musgos y líquenes, su dureza se evidencia contra la solana.
Sisea el viento en la sierra del Montsec. El pantano descarna sus playones cuarteados y los extiende sin piedad al sol. Una corriente de agua verde y mansa marca el cauce del río. Troncos pelados. Muretes, bardas y terrazas que solían quedar cubiertas por las aguas, emergen.
Sólo los cipreses alzan su dedo contra el cielo. Sempervirens.
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Para mí todo esto, esta última aceleración de la historia, este final encarnizamiento del cainismo, empezó el día que vi a cientos de miles de aragoneses -del antiguo y extenso reino de Aragón- en la avenida de debajo de mi casa protestando contra la infraestructura estratégica más importante y necesaria de la historia de este oto reino -las españas, con perdón-.
Sobre el blanco de una raya de un paso peatonal frente al Museo del Prado dejaron escrito su mensaje: «trasvase, ni una gota». Ni una gota: ¿al enemigo ni agua?.
Entendí que éramos un pueblo maldito, lleno de malos sentimientos, estúpido y canalla.
Como hijo de murciano he vivido veranos en en el interior del Reino de Murcia, he visto pájaros caer en vuelo asfixiados por el calor, he cazado alacranes para hacer combates, he visto la desolación lunar de la sequía.
Me dicen que están llevando agua a Cataluña ¡¡¡¡desde Almería!!!!
Que Dios nos coja confesados.
Me he quedado tan impactada con este artículo que cuando me iba a (re)calentar un café con leche en el microondas, sin darme cuenta he metido una taza con agua. Cuando he abierto la puerta, me he quedado unos segundos mirandola como si la observara por primera vez. Aqui los vascos la veneramos pero también la maldecimos por su abrumadora presencia.
España, país de contrastes…….
(Bravo, un texto alucinante)
Ines
Feunte: Periodista Digital
«Del deshonroso «ni una gota de agua del Ebro para el Levante» expuesto por el entonces presidente de la Generalitat Pasqual Maragall, a la propuesta de su sucesor, José Montilla, de trasvasar agua de un afluente del Ebro, el Segre, ha llovido poco por culpa de la sequía, pero han pasado más de cuatro años durante los que se habría acabado el trasvase del Ebro y no se hubieran dejado escapar miles de millones de litros de agua potable.
Subraya Domingo Pérez en ABC que tantos, que con el trasvase acabado, Barcelona tendría agua de beber, para regar y para las piscinas asegurada para 100 años, pues necesitaba 190 hectómetros cúbicos anuales extras para garantizar sus necesidades. Y se pierden casi 19.000.
El gran problema es que la cuestión del agua en España ha acabado en manos de políticos manejados por ecologistas y advenedizos, según los especialistas. Así nos encontramos con que los mismos políticos catalanes que se opusieron al trasvase del Ebro previsto por el derogado PHN de 2001, buscan ahora soluciones».