Un día, en el bar del instituto, una amiga cuyo nombre no recuerdo, me dijo:
– Oye, voy a dejar el trabajo en el despacho de abogados ¿te interesa?
Así de fácil fue conseguir mi primer empleo a tiempo parcial. Yo tenía 16 años y, desde entonces, compaginé siempre estudios y trabajo. Pero no tuve que hacer un curriculum hasta que acabé Publicidad y me puse a buscar trabajo de lo mío.
Para entonces ya tenía a mis espaldas siete años de experiencia laboral. Quizá por esa razón, de los tres compañeros de clase que nos colocamos en lo nuestro nada más terminar los últimos exámenes, yo era la única que cobraba un sueldo. Los otros dos se tiraron mucho tiempo como becarios en agencias que no les pagaron un duro y que, por supuesto, nunca les contrataron.
Hoy las cosas están mucho más jodidas: sobra mucha gente y no hay trabajo. Mi hijo mayor está buscando un empleo para el verano. En octubre hará 18 años, acaba de aprobar selectividad con buena nota y ha podido elegir la universidad en la que estudiará Derecho y Administración de Empresas.
A su edad yo ya sabía lo que era un jefe, un cliente y un proveedor. Hasta ahora él ha hecho pequeños trabajitos: pintar la trinchera proscrita, pintar nuestra casa, trabajar en el jardín de la abuela, buzonear para Proscritos… Eso le ha ayudado a ganar algo de dinero, pero no le ha enseñado nada sobre el mercado laboral, que para él es un atemorizador territorio desconocido. Y en la última semana he tenido que enseñarle a a vencer sus miedos y a hacer un currículum.
Ayer estuvo toda la mañana dejándolo en varias empresas. A mitad de la tarea, se pasó a verme por la trinchera. Y en cuanto entró por la puerta me di cuenta de que ya era otro: un chaval un poco más seguro de sí mismo, un poco más hombre.
Crecer consiste básicamente en enfrentarse al miedo y superarlo.