Cronica proscrita desde la ciudad de Las Vegas
Por Miguel Pérez de Lema
Los Panchitos del Strip son feos, pequeños, obesos y sonrientes. Se colocan en los cruces a lo largo de toda esta gran avenida de los casinos temáticos, repartiendo propaganda de las putas que trabajan los hoteles. Llevan en una mano un grueso taco de publicidad, unos flyers muy vistosos, del tamaño de una carta, de papel satinado, en el que sale la puta en cuesti’on, (cada puta tiene el suyo y hay quien colecciona estas cartas). La puta es siempre muy joven y muy rubia o muy asiática y te mira a los ojos en posición insinuante, algunas enseñan los pechos y hasta el coño, pero alguna ley obliga a retocar las fotos y taparles los pezones y el sexo, por 39 $ puede hecerte volar.
Los Panchitos del Strip trabajan en grupos, nunca menos de dos, a veces hasta en una fila de veinte, y no paran de hablar entre ellos, con una chulería muy pintoresca. Cuando pasas a su lado hacen chocar una de las cartas contra el mazo con un gesto particular, para llamarte la atención. Todos los panchitos hacen ese mismo gesto una y otra vez, con una especie de chasquido, mientras siguen hablando de sus cosas en la lengua de Cervantes, mientras los grandullones de ojos claros pasan dando tumbos y hurras alcohólicos. En algunos grupos de Panchitos uno cree distinguir toda una parentela, marido, mujer, primo cuñado… Me han parecido lo más singular de esta ciudad.