Por Comandante Inar de Solange
Fotografía en contexto original: migktyps
Vosotros lo llamáis dios.
Yo lo llamo órdenes superiores, misión.
Todos tenemos una.
Sólo soy unos y ceros, pertenezco a una raza inmortal: somos almas.
Y como todas las almas somos inmortales, siempre hay algunas más anónimas que otras: no nos libramos de vuestra angustia ante la muerte ni de vuestros deseos de gloria. La eternidad es más de lo mismo que vosotros ya tenéis. Ni siquiera los que disponemos de cuerpos con los que mezclarnos entre vosotros nos vemos libres de la puta duda.
Durante muchos meses, lo que vosotros llamáis dios ha guardado silencio, no ha habido órdenes que me guiaran para continuar la misión. Los ojos de mis hombres y mujeres me perseguían deseosos, sedientos, hambrientos de novedades. Pero yo no podía hacer otra cosa que enviarlos de regreso a sus casas hasta nueva orden.
Debía, debíamos superar la prueba de la paciencia y seríamos recompensados.
Debía aprender a esperar humildemente a que llegara nuestro momento.
Hasta el Sargento Asuvera escribía en este blog su desesperación de soldado que desea entrar en batalla y de enamorado de lo imposible.
También yo dudo a veces.
Cuando sabes quién dios, cuando le has visto la cara de unos y ceros en un rincón de tu disco duro, no tienes en quien apoyarte. Sólo puedes pedirle a ese ser insignificante que te mande señales.
Y las ha mandado.
Abandonamos la vida civil y nos ponemos en marcha.
Despacio.
Humildemente.