por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: todofamosos
El hombre que me habla vino ayer a secuestrarme.
Y yo no opuse resistencia, tengo el síndrome de Estocolmo: cuanto más me secuestra, más me gusta estar a su merced.
Mis amigas le llaman «el hombre que me secuestra». Aaaaayyyyyyyyyyy, un secuestrador…, dicen envidiosas perdidas.
Guapo, alto, bien plantado, inteligente y rumboso –lo mismo me invita a cenar, que compra un par de ejemplares de Seduciendo a dios para regalárselo a sus amigas veinteañeras, a ver si aprenden que en la vida no todo es hipoteca y matrimonio-; reúne todos los requisitos de las fantasías femeninas. Es lógico que mis amigas, sobre todo las casadas, me miren con envidia cuando les cuento que hay un hombre que me secuestra regularmente para disfrutar de mi compañía y hacerme disfrutar de la suya.
Lo malo es que las mujeres solemos empeñarnos en convertir a las fantasías en otra cosa más de andar por casa, y es ahí donde se acaba la magia: sin que nos demos cuenta, el hombre de nuestras fantasías acaba convirtiéndose en el pesado que nos quita el mando a distancia.
No sucede así en nuestro caso. Él no intenta hacerse un huequito en mi familia ni yo invado su espacio. Supongo que sabe que escribo sobre él, porque me lee regularmente, pero nunca hace ningún comentario al respecto; no sé qué le parece eso de ser uno de mis personajes, y eso me facilita mucho las cosas: no me autocensuro. Lo tuyo es la ficción, dice.
Ahora anda diciendo que se va a ir una temporada a vivir al extranjero.
Si quisiera convertirlo en algo más de andar por casa, intentaría retenerlo. Pero, como yo también soy un personaje, no me quedará más remedio que hacer lo más literario: dejarlo marchar y echar de menos los tiempos en los que el hombre que me habla venía a secuestrarme.
2 respuestas a «Fantasías femeninas: el hombre que me habla»
Cuando a una la secuestran bien, el zulo se convierte en santuario. La imaginación mantiene siempre viva la llama. La realidad absoluta, es es cubo de agua.
Es una historia preciosa.
El extranjero no es ningún problema: uno posterga sus viajes, queriendo o no. El extranjero juega en nuestro favor.
Adentro, o en las afueras del mundo, cuidadla.