Miguel Pérez de Lema
Yo crecí bajo la sombra del Imperio del Monopolio. Les admiraba. Me parecían titanes, que todo lo podían.
Y olían bien.
Yo, que perdí la transición siendo muy niño, y os vi alzaros a vosotros, los nuevos poderosos, mientras mi padre pagaba condena por trabajar en el bando equivocado y nadie quiso echarle un cable por «venir de donde venía»-él era sólo un trabajador, pero en las encrucijadas la historia galopa pisando cabezas sin pararse a distinguir-, yo, digo, decía, sé muy bien lo dura y larga que puede ser la agonía de un medio de comunicación.
Y la soledad en la que se quedan los muchachos, sin que nadie quiera saber de ellos, de su triste final, porque la tristeza se contagia y aquí nadie tiene razones para estar contento, así que no cabe esperar que nadie te pase la mano por el lomo ni te compadezca, ni te ayude a gritar.
Ya sabéis, perro no como perro.
Yo sé que vosotros no tuvisteis un sólo gesto de caridad para los demás, mientras os tocaba la lotería del progreso un día sí y otro también. No todo el mundo tiene la grandeza de ser magnánimo en la victoria. Pero no me importa. Estoy con vuestra rabia y vuestra desesperación en la hora del hundimiento, que siempre será mucho menos cruel que el que tuve que vivir, desde niño, en mi padre y sus desdichados compañeros. Los apestados del antiguo régimen, que no tenían cabida en el nuevo y debían ser eliminados.
Una vuelta de tuerca. Un cambio de escenario.
A ver si va a ser eso.
No, no estoy contento, porque esto no es bueno para nadie y no se acaba aquí, porque: Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.
Una respuesta a «El Imperio del Monopolio»
inquieta tras leer el post, tiro del hilo e internet me lleva al centro del laberinto (¿o me pierde?)