por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: treehugger
Se me hace que el mundo anda más desgoznado que nunca: prohibimos el tabaco y legalizamos la droga, el estrés, el agotamiento, el pánico. No lo entiendo. Tampoco es necesario; los que entienden, incordian.
Yo fumo uno o dos cigarrillos por semana. No sé por qué, a lo mejor porque me da la gana. A veces veo mal que alguien fume a mi lado, sobre todo si no se trata de mi mejor amigo, del editor –si lo tuviera- de mi libro o de la directora del colegio donde enseño si a ella, que no es fumadora, se le ocurriera la bobada de encenderse un cigarrillo.
En el ejército el pitillo era motivo de descanso también para los que no fumaban.
En una excursión a Grecia el conductor del autocar se clavaba un cigarrillo tras otro con la celeridad de un campeón. Ventanilla abierta, música que brotaba de por ahí, líneas blancas de la carretera que atravesaban la noche. La mayoría de los excursionistas dormían, algunos con las mandíbulas muy dilatadas y verlos daba un poco de miedo. También se roncaba bastante o se tiraba lo que se tira cuando la prioridad del cuerpo es el descanso. Alguien comentó en voz baja que había pagado por un viaje cómodo y sin olor a humo, aunque la contaminación apenas se notaba más allá del asiento del conductor. Como subrayé, la protesta no fue muy vehemente, a media voz, cobardica y pusilánime, invisible, instigando a motín en la cubierta. La respuesta se dejaba esperar. Cada quien con sus prioridades, claro. La mía en aquel momento era llegar sano y salvo y disfrutar de diez días de playa. Y si para ello hubiera sido necesario que aquel hombre fumase, por mi madre que lo hubiera defendido.
—————
Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
2 respuestas a «Sobre hipócritas y leyes»
Hace un mes entró en una de las clases mi alumna más veterana: 82 años. Tiene un gran sentido del humor y una mente ágil que no se escandaliza por nada. Es una señora de las de toda la vida, tiene hijos, nietos y pronto tendrá bisnietos. Está viuda y vive sola, aunque sus hijas están muy pendientes de ella.
El primer día, cuando terminó la clase, me dijo: «aquí no se puede fumar ¿verdad?». Le dije que no, pero que, si quería, yo me salía a la calle a fumarme un cigarro con ella. Ella se puso su abrigo de visón y yo mi tres cuartos de mercadillo y salimos a fumarnos un cigarrito al frío. Daba casi envidia verla fumar: cómo disfrutaba cada calada.
– A mí me podrán decir que esto del tabaco es malo -dijo-. Pero el tabaco es mi amigo.
Gracioso lo de tu alumna de 82 años, mi vieja murió a esa edad extrañando el ultimo pitillo. No expongo mi punto de vista x que ya lo he hecho cuando se tocó el tema de las «prohibiciones» . El tabaco es bueno para algunos y malo para otros. Solo eso.Lo demás es anécdota personal, y reiterarla no es apropiado. Susana ( una mujer argentina)