por Claudio Molinari Dassatti
Quise empezar a dejar sentado todo esto mucho antes. Me refiero a dejar constancia de lo que estaba presenciando. Pero todavía había trabajo, series, redes, comida… muchas distracciones. Ya no. Ahora puedo ocuparme de lleno a mirar el suelo y el cielo; este para saber si lloverá, aquel por si encuentro algo. Yo sabía que esto iba a ocurrir, que un día el bienestar se acabaría. Recuerdo que había algo en el ambiente. En esa época los libros trataban de la soledad, del mal de la tecnología, de la alienación. Supongo que porque nada es más alienante que negarse a ver.
En su momento yo también escribía libros sobre la soledad, la tecnología y la alienación. Incluso mi editora empezó a prestarme libros de autoayuda, de yoga, de wellness (que en español sonaría algo así como bienestarbilidad). Mi editora, que en paz descanse, me decía que yo también tenía que ponerme a escribir sobre esos temas, que la gente necesitaba una guía, que todo ser humano ansiaba creer en algo. Ella, por ejemplo, creía en la santidad de los perros. Creía que los perros eran como personas, mejores incluso. Y que su perro era como un hijo, más que un hijo, porque no se iba de botellón ni le respondía de mala manera. Pobre mujer, hace un par de meses un vecino se lo arrebató y el perrito acabó en una cacerola. Los perros no son personas, ni siquiera las personas son personas. Si no, pregúntenle a los sobrevivientes de aquel avión que se estrelló en Los Andes.