Llegas a casa cuando todo el mundo se ha marchado.
Hoy no hay que hacer cenas.
En el salón te han dejado una luz encendida, para que no te tropieces a oscuras con el gato, que también ha cenado. Pero todo está en silencio, el gato no ha salido a recibirte. Mejor, piensas encendiendo el ordenador, así me abro una cerveza y me siento a escribir.
Llevas toda la semana trabajando en la que deseas que sea la última vuelta a Cuestión de supervivencia. Y aprovechando que este viernes no ibas a cambiar el escaparate, has pasado toda la tarde metiendo las últimas correcciones.
Hace unos meses, el hombre en la sombra y tú comisteis en tu casa y, después, bajasteis a la trinchera proscrita. El plan era ver las anotaciones que él había hecho en tu novela. Casi todo lo que sabes de análisis y corrección lo has aprendido de él, su opinión es muy importante para ti.
Pero no sólo por eso.
También es uno de tus mejores amigos y, además, tu socio literario.
La única persona a la que puedes llamar cuando sales de un trance.
La única que podría entender a la escritora y hasta explicarla, porque el cabrón tiene un don para la frase breve, hermosa y contundente.
En Seduciendo a dios te dio cobertura emocional, profesional y capitalista.
Los dos habéis invertido mucho en tu obra pensando que no sería rápido, pero creyendo que algún día recuperaríais el tiempo, el esfuerzo y hasta el dinero.
Por qué no.
Otros peores que vosotros lo han hecho antes.
Y en esta última década habéis aprendido mucho.
Tú, a tener paciencia. Él, a encontrar la palabra precisa para ayudarte.
La última vez que lo intentaste, hace cuatro años, resumió tu fracaso en una frase.
Le falta verdad.
No tuvo que decir nada más, sabías que era cierto.
Y cuando el otro día viste las pocas anotaciones que había hecho en Cuestión de supervivencia, tuviste miedo de preguntar.
—Qué pocas notas, ¿no?
—Sí. Te ha costado muchos años, pero ya lo tienes.
Entonces archivaste el documento en la carpeta correspondiente y lo has dejado dormir varios meses.
Hasta hace unos días.
Hoy te has quedado en la trinchera proscrita metiendo correcciones hasta las diez de la noche. En un par de horas has llegado a la página cien. Te queda muy poco y quieres dosificártelo. Así que has apagado y te has subido a casa.
Hoy no hay que hacer cenas.
Ahora toca disfrutar del vértigo.
El miedo vendrá después.
Una respuesta a «El miedo de la escritora»
Te deseo toda la suerte del mundo. La necesitarás. Los agentes literarios ya ni aceptan originales no solicitados, las editoriales están demasiado ocupadas salvando los últimos muebles (y publicando títulos para oligofrénicos de nivel B), y para que la autoedición te valga la pena necesitarás tener unos 756 000 seguidores en Twitter y/o Fuckbook. Yo tengo cero, y bajando.
He conseguido sólo una editorial que ha consentido leer mi original, sin garantías de nada. Y eso porque los directores me conocen. Por lo demás, tengo una idea para generar lectores, y podría funcionar, pero lo que no sé es si tengo energía para escalar ese Everest. Llevo unos 30 años en que todo lo que me propongo es una montaña inacabable, y yo en chirucas.
Lo dicho. Mucha suerte. Seguro que tu novela es magnífica.