por Miguel Pérez de Lema
Fotografía en contexto original: elconfidencial
Se ha constituido en los últimos años un extravagante y poderosísimo sindicato del humor. Una generación de muchachos pizpiretos que ya rondan o superan los 40 y siguen con una estética de bambas y barbita, a los que los youtubers y su púbico desprecian por viejos pero “lagente” de la Sexta, Prisa, Movistar y demás divisiones del nuevo orden consideran el oráculo infalible de lo joven, de lo gamberramente ortodoxo, de lo indiscutiblemente correcto, de lo que hay.
Lo malo es que lo que hay siempre es más.
En lo que hay, cuando te descuidas y crees que lo tienes todo controlado y que lo que hay es sólo lo que tú quieres, surge siempre la grieta de la realidad y se te queda cara de tonto. De payaso triste. Y surge la risa verdadera en el público.
Lo cual que hablamos de la expresión del polifacético y genial caricato Dani Mateo declarando a las puertas del juzgado.
El humor no es lo que promulgan desde sus púlpitos televisivos los miembros de este sutil sindicato, un sindicato sin nombre, sin carnet, pero al que todo el que quiera ganarse el pan con sus chistes tiene que adscribirse y seguir sus consignas sectarias. Al que todo el que quiera reírse sana, lúdica y espontáneamente, tiene que obedecer.
El humor nunca se envilece más que cuando se vuelve propaganda. Porque el humor es, ante todo, la sorpresa, el giro inesperado, la vuelta ridícula de todas las cosas.
Por eso nos ha hecho tanta gracia el número del payaso triste a la puerta del juzgado.
3 respuestas a «Payaso triste a la puerta del juzgado»
Pero Miguel, este hombre es un asalariado de una cadena (no digo nombre pues no doy pábulo a la publicidad gratuita). Es un actor contratado para que interprete un guión. Nada más. Lo sorprendente es que la cadena se escaquee de semejante movida y el marrón le caiga al actor que interpreta el guión. Algo ha pasado ahí que no ha salido en los medios.
Esto me lleva también al caso del Prestige. El marrón se lo comió el capitán. No debiera haber sido así, puesto que el capitán es la marioneta puesta por el armador. El armador (y/o la compañía naviera) son los responsables. Jamás el capitán, salvo en la lejana época romántica, cuando el capitán era también el armador o socio de la compañía naviera.
Ambos temas me tocan muy de cerca, pues he sido guionista tanto de la televisión pública como de la privada. Y soy viuda de marino mercante (mi marido fue el capitán más joven de este país, España), y he embarcado unas cuantas veces, con lo que he vivido movidas altamente peligrosas, sin que el capitán pudiera tomar medidas hasta que la naviera se pronunciara (hablo de la Unita en Angola y de Namibia…).
Ay Carmela, la teoría de la obediencia debida ya fue refutada ampliamente en los juicios de Nuremberg. En este caso, un cómico profesional asume lo que representa ante su audiencia. Especialmente en un medio con una línea editorial reconocidamente sectaria y monotemática.
Esta asociación le permite disfrutar el éxito, el dinero y las mamandurrias adyacentes, cuando el órgano de expresión va bien, pero cuando vienen mal dadas, le empitonan.
En todo caso, la reflexión no era a cuenta de las fatigosas cuestiones legales, sino de las sutiles potencias de la comedia y sus inesperados puntos de giro.
En todo caso sería una causa eximente, y la sanción debería ser para «el superior jerárquico» (la cadena televisiva, ora de derechas, ora de izquierdas, ora pronobis). En serio, un cómico en nómina para una cadena televisiva no asume (o mucho ha cambiado la ley, que también pudiera ser ahora, y que yo desconozca esa actualización, presumiblemente vía decretazo). He trabajado durante años en televisiones con cómicos. Estaban sujetos al guión. Y punto pelota. Bien es cierto que la libertad de la que gozábamos actualmente es una quimera (¡qué triste!).
El día en el que una sociedad pierda el sentido del humor (y de autocrítica), está perdida. Y perdidos estamos, viendo lo que pasa alrededor. Aquellos años (de los ochenta) en los que «banalizábamos» gracias al sentido del humor, que lejos han quedado. Personajes como «sor rata de alcantarilla» («Entre tinieblas», de Almodóvar), actualmente serían condenados más aún que los muchachos aquellos titiriteros.
Aquellas películas, como «La escopeta nacional», por poner un ejemplo, hoy serían motivo de cárcel (¡qué barbaridad!).
No perdamos el poco norte que aún queda, ¡por Undebel -y demás divinidades-!
Y lo del Pretige, sigue viniendo a mi mente (también).
Miguel, ¡mil gracias por responder!