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Feliz Navidad

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Mientras escribo estas líneas, una joven reina Isabel me observa casi sonriente desde un billete de diez libras. La mesa está revuelta y he dejado las esterlinas ahí, de cualquier manera, porque el dinero extranjero no parece dinero de verdad. Aunque éste tiene tacto y sonido de papel. No como el euro, que parece de una tela mil veces lavada. Ni siquiera cuando está nuevecito suena a verdadero papel; simple y sencillamente se desliza más suavemente entre las manos, como cartas de una baraja recién desprecintada.

Tampoco los colores de las libras me resultan familiares, pálidos como si una niebla cocainómana los hubiera desgastado a lametazos. Anaranjados desvaídos, violetas elegantes, grises que no necesitan adjetivos. Sólo tengo billetes de diez y de veinte, no sé de qué colores serán los demás: soy la única española de mi generación que no ha puesto pie en suelo inglés.
“¿No has estado en Inglaterra?”, se admiraban mis coetáneos con la misma compasión que si les hubiera dicho que no sabía leer. Y yo contestaba lo  que Lola Flores cuando le preguntaban lo mismo.: “¡Y que Dios no lo consienta!”

Pero esta vez Dios no sólo lo ha consentido, sino que ha dispuesto mi viaje: mañana volaré a la Pérfida Albión para celebrar el nacimiento del Hijo. La Navidad es una fecha que reúne a las familias, incluso a las que jamás van a misa, y la nuestra estaba dispersa. La parte más ruidosa se fue a Cambridge hace un año, en el que los solterones (mi hermano y yo), los solteros (mis hijos) y la viuda (mamá) hemos disfrutado de comidas tranquilas y sobremesas en las que quien quería se podía quedar dormido en el sofá.

Sin embargo, no acabábamos a acostumbrarnos a tanto silencio. Todos echábamos de menos a esos cabroncetes ruidosos, y a sus padres, que seguramente ya no serán los mismos que cuando se fueron: la belleza de la vida radica en su perpetuo cambio. Y raritos como somos, decidimos darle la vuelta al anuncio del turrón; en lugar de esperar a que los expatriados vuelvan a casa por Navidad, seremos nosotros los que volaremos hacia ellos dentro de unas horas, la abuela invita.

Ella lleva allí varios días para dirigir el desembarco y nos manda guasaps para ponernos nerviosos. Mi hermana llama por el guasap para preguntar: “¿Estáis nerviosos?”. Ambas son viajeras profesionales y con frecuencia se cachondean de mí por mi aversión a los aeropuertos y la humillación que conllevan; supongo que imaginan que estoy atacada.

Pero la verdad es que no me he puesto nerviosa por nada.
En cuanto lleguemos al Adolfo Suárez me convertiré en Paco Martínez Soria y dejaré que mis hijos se encarguen de todo. Lo haré incluso en el aeropuerto de llegada, en el que me parapetaré tras ellos como si no hubiera estudiado unos cuantos años en el Instituto Británico. Así averiguaré in situ su nivel de inglés y comprobaré cómo se manejan en el gran mundo. Y allí nos estarán esperando, sólo tendré que subirme al coche y pegar la cara a la ventanilla para acostumbrarme al nuevo paisaje.
En estos días, no pienso ocuparme de nada.
Excepto de jugar con los sobrinillos, ayudar en la cocina, disfrutar de esas largas sobremesas que tanto nos gustan, hacer un poco de turismo, comprar alguna cosilla para comprobar que esas libras que hay sobre la mesa son dinero de verdad, y disfrutar del calor familiar en la tierra de Dickens. Que para eso está la Navidad.
Felices fiestas a todos.

4 respuestas a «Feliz Navidad»

Buen viaje, Marisol.
Vivimos allí unos años hace cuarenta o más. Al norte de la ciudad.
Parques enormes vacíos muy cerca de nuestra casa. Por las mañanas el lechero traía un par de botellas en un coche eléctrico.
La leche era de verdad y el cuello de cristal de la botella se llenaba de nata flotante.
Luego entraron en la UE y trataron de imponerles cómo tenía que ser la leche. La leche, los helados, el tabaco…………. y cada minuto de sus vidas.
Demasiado para un inglés. Se han hartado.
Buen viaje y feliz año nuevo.

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