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Nunca pasa nada

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Esperando a los bárbaros

Constantin Cavafis

-¿Qué esperamos congregados en el foro?   Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

Miguel Pérez de Lema

Paradójicamente el miedo es signo de bienestar, y la esperanza de pobreza. Visitamos esas periferias del norte -siempre hay un norte y un sur del mundo, del país, de la ciudad, del matrimonio, de la oficina, de tu propio cuerpo-, recorremos a veces esas periferias del norte de la ciudad pobladas de chalets bunkerizados, ocultos tras muros de piedra y arizónicas, con sus carteles de perro peligroso + Securitas, donde nunca pasa nada, y conocemos también los ajados suburbios del sur, con sus bloques desarrollistas, con los portales siempre abiertos y sus pisos de puertas de contrachapado donde todo puede pasar. Y comprendemos que el miedo es el precio del éxito, quizá la necesidad de disfrutar de la cuota de sufrimiento mínima para tener todos los cajones de la vida ocupados, tal vez un mecanismo de compensación que aplaque la mala conciencia del tanto tener porque en el fondo de la conciencia vive un enano gruñón que sabe que no hay tanta acumulación sin algo de abuso, probablemente, claro, porque cuanto más tienes más puedes perder potencialmente.

Pero los ricos no pierden, los ricos de la ciudad, del país, del mundo, de las relaciones humanas, nunca han tenido tantos ases en su mano y tan pocas posibilidades de perder una sola baza de la partida. Por eso están/estamos cada vez más locos, y tienen más miedo. El miedo vende, ellos compran.

Leer periódicos, ver los informativos de televisión, y los chispazos de internet, para los ricos, y en medida progresivamente descendiente para los demás habitantes de los países ricos, que son infinitamente ricos en seguridad y posibilidades respecto a los bárbaros, ya no tiene ningún valor informativo. Son una burda sucesión de pellizquitos de monja, mentirijillas, cuentos cosquillosos para mantener la adrenalina despierta. Sobrevivimos a tres hecatombes diarias, ocho pestes al mes, cien apocalipsis al año, y nos gusta creernos, como al niño antes de dormir, que la bruja está a punto de llevarnos para despertar, a la mañana siguiente, calientes y confortables.

Seguimos creciendo, somos Occidente, el mundo hace como que nos odia pero nos ama y nos teme, nos envidia con toda su alma, y somos cada vez más ricos, más sanos, más fuertes. Tanto que podemos hasta entregarnos al lujo de la idiotez, porque todo está tan hecho, tan trabado, que ni siquiera tenemos que defendernos. Somos sexis y ellos no. Gustamos. Nos resulta fácil levantarnos a la chica guapa cuando el voluntarioso aspirante acaba por desmoralizarse -mira China, ¿quién desea «lo Chino»? Lo usas, lo tiras, está ahí, pero no lo deseas ni lo aprecias, mira Rusia ¿algún voluntario para irse a Rusia?-.

Nuestra inmensa riqueza tiene una forma ciertamente irregular en el reparto, pero hasta lo muy poco de acá es lujo obsceno allá. Por poco que llegues a tener aquí es casi seguro que no te van a rebanar el pescuezo por un teléfono móvil, o por diez dólares para basuco, y si caes enfermo te atenderá el mejor cirujano del país, y si eres medio inteligente -sólo medio inteligente- puedes acabar sacando un doctorado en la Complutense.

Nuestro análisis DAFO es un aburrimiento porque las fortalezas y oportunidades son tan superiores a las debilidades y riesgos que ni merece la pena darle más vueltas. ¿Inmigración, morisma traidora, drogaína, abulia tecnológica, guerra de sexos, extremismo político, virus chungos que lo flipas? Y un carajo.

Nunca pasa nada. Nos acabamos el café de la mañana y la sesión de noticias, cargados con nuestra buena dosis de sustitos estimulantes. Y nos ponemos a trabajar un poco, a repasar wasap de cuñados incansables, y a vivir, coño, que sois unos tristes.

Omina vincit.

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