por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: Dabiq
No hay que inventar ideologías, ni partidos ni movimientos para crear personas moderadas. Moderados son los que opinan, los que pueden parecer radicales, incluso aquellos a los que podrías oír diciendo “yo a ese hijo de puta lo mataría” pero que al día siguiente van al curro a cumplir con su trabajo.
Últimamente se habla mucho sobre el islam moderado. Para mí eso es, sencillamente, un invento nuestro. Nos gusta creer que este islam moderado existe porque sería correcto que existiera. O tal vez hayamos creado esa expresión artificialmente, con la esperanza de que de él brote de pronto la fuente de la salvación.
El islam moderado no creo que exista. Creo, en cambio, en la existencia de personas moderadas, cuerdas y sensatas independientemente de su nacionalidad. He conocido personalmente a dos médicos, uno árabe y otro turco, magníficos profesionales y estupendos como personas.
Mientras a la UE le preocupa la extensión de sus fronteras hacia el este, no se percata de lo que está ocurriendo en su propia casa. Y creo que ha llegado la hora de replantearnos un poco nuestra actitud. Porque humanamente es imposible que alguien te ame si no tolera tu manera de ser. Integrarse en un país distinto al tuyo, al cual has elegido ir bien por voluntad propia, bien empujado por las circunstancias, significa, en primer lugar, aceptarlo tal como es. El esfuerzo por integrarse debes hacerlo tú, no la sociedad a la que llegas y que, bien o mal, te ha acogido. En cuanto a la religión, guárdatela en el corazón y reza sin molestar ni mostrarlo a nadie.
Antonio Machado decía de sí mismo que era bueno pero añadía juiciosamente en el buen sentido de la palabra. ¿En qué sentido de la palabra somos buenos nosotros, los europeos si la necesidad de amar al prójimo, esa necesidad a la que hemos llegado a través de siglos y siglos de intolerancia y mutilaciones mutuas, la volcamos ahora en alguien que se muestra intolerante con nuestro modo de ser, en alguien que no acepta nuestra cultura y nuestra religión?
Creo que hay que ser razonablemente bueno. O razonablemente malo. No podemos invadir, colonizar, conquistar, bombardear lo que nos conviene y esperar que luego reine la paz, únicamente la paz, donde nos conviene. Somos rehenes de la política de nuestros gobiernos, los de ahora y los de antes. En este universo todo da vueltas en torno a un equilibrio razonable. El sol está a una distancia razonable del planeta tierra para acariciarla con sus rayos, no para quemarla. El globo terráqueo gira a una velocidad razonable sobre su eje para no echarnos a todos de su cogote como a moscas molestas. Los animales cazan no por el placer de matar, sino para alimentarse. El equilibrio y la razón reinan en todo lo que nos rodea menos en nosotros mismos. Podemos detener el mal sólo si lo reconocemos dentro de nosotros. Y eso no lo conseguiremos nunca si tememos, fundadamente o no, que el otro sea peor. ¿Con qué clase de argumentos podríamos convencer para que entregue su arma de fuego a un norteamericano que tiene muy metido en la cabeza que cualquier foráneo puede invadir su propiedad privada? ¿O cómo hablarle a un ruso de libertad, igualdad y fraternidad? Respondería furioso, recordándote a Napoleón y rompiéndote una botella de vodka en la cabeza.
Si, claro, busquemos acuerdos pero ¿con quién? ¿Con Rusia? Putin tiene más pinta de líder que ningún otro dirigente de ningún otro país, eso es cierto, pero sus actuaciones en Ukrania y en otras ex repúblicas soviéticas no son garantía, en opinión de muchos, para ninguna alianza. ¡A los rusos ni en pintura!, gritarían los que en seguida escuchan traqueteos de Kalashnikovs en el aire o ruidos pesados de orugas sobre el asfalto.
Lo más llamativo y preocupante de todo este panorama es el desconcierto. Damos la impresión de no saber qué hacer, de no poder ponernos de acuerdo en una estrategia clara. Mihail Bulgacov en “El Maestro y Margarita” decía, por boca de Satanás, que “para conducir algo se necesita tener un plan exacto de un plazo más o menos razonable. ¿Y cómo puede el ser humano dirigir si está privado de la capacidad de formular cualquier plan, aunque sea de breve duración, bueno, digamos de mil años, él que ni siquiera puede estar seguro de su propio día de mañana?”.
Quienes no damos pie con bola somos nosotros, los europeos. Porque el estado islámico sí que tiene un plan muy claro, que no se ha desviado un ápice desde hace siglos: darles una buena tunda a los infieles y acabar de una vez con todos ellos.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena