Es momento de recapitular, pues no he mencionado un importante descubrimiento hecho días atrás en el Matongué: las papas fritas.
Desde los cajunes y otros sureños estadounidenses descendientes de franceses, hasta los españoles que introdujeron la papa en Europa, pasando por belgas y franceses que todavía hoy discuten sobre la autoría del plato, el mundo entero opina sobre las papas fritas. Naturalmente el descubrimiento del Matongué no fueron las papas, sino la friterie. Un local donde se venden conos llenos de papas fritas y además todo tipo de tentempiés procesados y grasientos: hamburguesas, kebabs, salchichas, pollo, y baguettes rellenas de una miríada de alimentos aceitosos.
Aquel día en el Matongué, mientras esperaba mi kebab, vi llegar a varios vecinos con sus cacerolas: acudían a buscar las papas fritas para la cena. Jamás se les hubiera ocurrido hacerlas en sus domicilios, y no porque fueran funcionarios o diplomáticos, sino porque ninguno de ellos usaría quince litros de aceite para freír unas papas. Y esa es precisamente la razón por la que las papas de la friterie son siempre más sabrosas.
Los vecinos hicieron su cola, esperaron a que los atendieran y diez minutos más tarde se marcharon sonriendo con sus cacerolas como si transportaran las joyas de la corona.
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