À la Ozzy, no tengo la menor idea de dónde, ni cuándo, ni qué fue lo que compramos; pero fumábamos todo el tiempo y al salir del museo me zampé media docena de perritos calientes. La mañana siguiente la pasé en el altillo viendo a un presentador debajo del cual corrían las cifras de las bolsas de Nueva York, Londres y Tokio.
-Seguro que hay convencidos de que eso es el mundo –recuerdo que le dije a los demás que seguramente estaban dormidos.
En ese punto se detienen mis impresiones del viaje. No sabría decir cuántos días estuvimos allí o si volvimos a pasar por Bruselas y París. Sí tengo la certeza de no haber visitado la Anne Frank Huis . Primero, porque ya entonces me parecía un concepto morboso; segundo, porque nos habrían echado a patadas. Tampoco puedo asegurar haber entrado al Museo Van Gogh.
Se me hace difícil aceptar la precisión que manifiestan algunos escritores cuando el material con el trabajan es un rompecabezas mental al que le faltan buena cantidad de piezas. De hecho, tras semanas de investigar, recién hoy he conseguido averiguar que el diseñador de la famosa silla era un tal Richard Hutten.
No obstante, Frederik pudo facilitarme información certera y precisa -digamos- sobre nuestro regreso:
-Lo que más recuerdo de mirar por la ventanilla del tren, aunque no sé si yendo o volviendo de Amsterdam, es que Bruselas también tenía un red light district hasta entonces ignorado por mí… Al tiempo fui a echar un vistazo, creo.
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