Se anda diciendo que es el profesor quien debe hacerse respetar por sus alumnos, supongo que porque se cree que no merece su estima por el mero hecho de serlo. Allá cada cual con su opinión, pero demuestra lo poco que se sabe sobre cómo debe ser una clase. En la clase debe reinar un ambiente de aprendizaje y no la ley de la jungla. Se supone que el crío es un ser educable, es decir, que ya ha recibido la educación correspondiente de su papá y mamá para que yo consiga enseñarle cosas y contribuir con ello a su formación. Pero, claro, como en la sociedad moderna cada trabajo tiene su área de desarrollo claramente delimitada, el lugar destinado a la educación es la escuela, que para eso pagamos al profesor. Ni la familia ni el resto de la sociedad ha de inmiscuirse en este proceso.
¿O sí?
El objetivo de una clase es que el alumno, al final de la misma, tenga algo aprendido, algo útil, que le sirva en adelante. Si esto no se ha conseguido, podemos darla por perdida y es una pena. La pregunta subsiguiente es ¿y luego qué? Admitamos que los alumnos son totalmente obedientes y respetan la autoridad del profesor porque sí. ¿Qué hacen con los estudios acumulados en un ambiente de aprendizaje disciplinado? Es decir, si después no consiguen trabajo, ¿para qué estudian? Ha de haber una continuidad entre la formación y la posterior aplicación práctica de lo estudiado. Se ve que esto no es así, que todo está encomendado al azar. No es justo, por tanto, pretender que sea sólo el maestro quien enseñe, eduque, cree ambiente de buen rollo o qué sé yo qué más. El alumno, repito, tiene que ser educable, con deseo de aprender, ; el maestro, un profesional a secas, cuyo papel sea enseñar y no dedicar su energía a bufonadas buenrrollistas; y el resto de la sociedad, un amparo para que los jóvenes puedan desarrollar una carrera y una vida normal. Como esto no ocurra, nos irá como nos va ahora, yo perdiendo el tiempo en crear buen ambiente y el alumno molestándose cada vez que mi esfuerzo no concuerde con sus pretensiones de relationship.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena