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Árboles con tronco pintado de blanco: luz imposible

por José G. Obrero (Miembro del consejo asesor de la librería Proscritos, responsable del Departamento de Poesía)

árboles con tronco pintado de blanco
[Juan Antonio Bernier. Árboles con tronco pintado de blanco. Valencia, Ed. Pre-Textos, 2011, 51 pp.]

Los troncos de los árboles se pintan de blanco para evitar que los insectos asciendan hasta la copa. Allá arriba encontrarían, además de atractivas frutas y hojas, la agitación de la luz en su “área de sol”, que es el simbólico nombre del primer poema. Y es que Árboles con tronco pintado de blanco es, entre otras cosas, un canto al símbolo. Pero es canto, canción, y como tal presta especial atención a la sonoridad, protagonista ya desde el título. Posteriormente se deja sentir con fuerza en versos de ecos lorquianos (la cita de una canción de Lorca abre el libro) como los de Futuro del aire: “DANZA de la montaña con el prado. // (Recordad que mi cuerpo / y el mundo / son asimétricos) // Danza de la montaña con mi cuerpo”.

La estructura del libro consta de tres partes como un árbol pintado: se abre y cierra con un solo poema, mientras que el grueso se sitúa en el tronco central, donde poeta y lector vivirán como insectos la experiencia de la realidad que escapa al ser apenas intuida. En su persecución el poeta parece, como Juan Ramón, buscar “el nombre exacto de las cosas” mirando a la luz sin confiar en alcanzarla. Las certezas son escasas y se apagan apenas avanza la lectura. Así, el inicio está marcado por la plasticidad que crea en pocos trazos atmósferas donde se respira un despreocupado placer, como sucede en Anisa: “QUÉ hermosa habitación en penumbra, / la nuestra / a las doce de la mañana. // Mi ropa / colgada de cualquier / forma / sobre tu bicicleta.” El lector puede construir una realidad mayor con estos fragmentos, incluso una historia. Lo mismo ocurre con el siguiente poema, Un relato pictórico casual, donde un “chaleco de obra / dominical, naranja”, sugiere el abandono a la belleza que ha de ser sometida a las leyes de la fugacidad: “La sombra ha de llegar, / lo sabes, narrativa”, advierte en la siguiente parte.

La luz es un concepto constante que adoptará forma de llama de dos amantes en un coche; de fósforo que se niega a extinguirse en la cabeza del propio poeta e, incluso, seguirá siendo protagonista aun apagada, como sucede en el poema Mi rostro de mañana. Porque el yo poético parece perseguir la iluminación de las “ideas”, las mismas que Platón quería contemplar fuera de la caverna. No es de extrañar por tanto, que la palabra “ideas” atraviese el libro y la encontremos en numerosos poemas incluyendo el llamado, precisamente, La idea, donde afirma: “Me intereso por todo. / Llevo años documentándome, / aunque no sé / para qué obra”. ¿Qué es “la idea”? Bernier deja espacio suficiente como para que cada lector complete los huecos de la visión fragmentada que nos ofrece. Quizás se trate de la juventud y la belleza, paradigmas del deseo y lo efímero.

Ambos aparecen en los poemas Un joven profesor joven, Ingesta del fin de semana, en Youngs adults against suicide o en The life pursuit en el que llega a decir: “¿Para eso estamos aquí, / para admirar la belleza?” . Puede ser cualquier cosa que quepa en ese “hueco entre nosotros” que hay entre el yo poético y el lector. No sé, quizás, supongo, pero (título de un poema de este libro), junto a la luz, solo se mueven otras sombras: “AMARILLEAN / porque el sol es azul / las hojas verdes.”, sentencia.

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