por Marisol Oviaño
Fotografía: el hombre tranquilo
“No fumes, que es muy malo”, me advertía mi padre con un cigarro en la boca.
Con frecuencia su trabajo lo ponía ante serios desafíos, y si por las mañanas nos levantábamos y encontrábamos la casa llena de humo, sabíamos que había pasado toda la noche barrenando. Fumar y pensar eran para él la misma cosa. Pensaba y fumaba, fumaba y pensaba como si en ese alquitranarse los pulmones estuviera la antesala de Dios. Y algo de eso hay: el humo ayuda a no ver lo que nos rodea cuando necesitamos solucionar, ver más allá. Lo sé porque hace treinta y cuatro años que fumo.
Él acabó dejando el tabaco y ahora me toca hacerlo a mí. No va a ser fácil, y la doctora me ha dicho que si me pongo muy nerviosa, me mandará unas pastillitas. Pero no voy a desengancharme de fumar, que tanto ayuda a la creación, para engancharme a la sedación ambulatoria. Prefiero sufrir y escribirlo, que paliar químicamente el sufrimiento y quedarme dormida frente a la tele. Pero ¿seré capaz de escribir sin tabaco?
El gran Pessoa, que murió por problemas hepáticos a los 47 años -la edad que tengo yo hoy-, me diría que sacrificase los pulmones en aras de la inmortalidad.
Pero él no tenía hijos.
Los míos, que sólo me tienen a mí, se hacen cruces cuando me da un violento ataque de tos o cuando me quedo sin resuello subiendo la escalera. Entre la inmortalidad y los hijos… ¿tengo que elegir los hijos?
¿Qué soy antes, escritora o madre?
Escribí mi primer cuento a los 7 años. Y mi primogénito nació cuando yo tenía 27. Por orden cronológico podríamos decir que primero fue la escritora. Ella es la única certeza que me queda. Incluso puede que quizá ya sólo escriba para no desdibujarme. Entonces… ¿amo más a la literatura que a mis hijos?
Si fuera hombre, ¿me estaría haciendo estas preguntas?
Seguramente no.
Y probablemente diría: “Pero ¿no estábamos hablando de dejar de fumar? Además ¿qué tiene que ver escribir con el amor a los hijos? Escribir es escribir y los hijos son los hijos”.
Y tendría que darle la razón a ese hombre.
La cosa va de dejar de fumar. Y de escribir. Y de los hijos. Que ante mi primer ataque de mala leche –después de tres días sin fumar-, han dicho:
– ¿No decía la doctora que podía darte una pastillita?
(Tal vez, continuará)
2 respuestas a «Dejar de fumar»
Mari yo llevo 14 meses limpia… llevaba 24 años fumando… A mi me ha ayudado tomar mate. Suerte.
Querida Marisol:
Claro que vas a poder escribir y dejar de fumar aunque sí, te va a costar un ovario y medio más. El cigarro es un compañero fiel, nos acompaña siempre, en las buenas y en las malas, cuando estamos tristes, alegres, enojados, serenos, con hambre o sin ella… y se lo cobra caro.
Yo cumplí 5 años sin fumar y hay días, cada vez más, en que no recuerdo cómo era, a qué sabía ni lo bien que me sentaba. Pero aún ahora, hay noches -pocas- en que araño paredes y siento la tenaza caliente de la tentación de dar un jale, por lo menos uno.
Entonces me acuerdo de mi hija y de aquella canción que dice «viví sin conocerte, puedo vivir sin él»
Suerte y ovarios…
Xochitl