Andará ya por el pueblo, encandilando a todo el mundo con su sonrisa y su bonhomía; enloqueciendo a los sobrinillos con sus historias, sus cosquillas, sus cosas de tío Paco.
En mi casa muchos domingos los jóvenes amanecen preguntando: “¿Le has dicho al tío Paco que si quiere venir a comer?”. El tío Paco lo mismo explica unos problemas de matemáticas, que echa una partida en la play, que se sale a la terraza conmigo a filosofar. El tío Paco siempre llega tarde y con cervezas. El tío Paco es en la familia una institución casi tan importante como la Abuela.
Pero además de tío de mis hijos, es mi hermano.
Yo me acuerdo de las ganas que todos teníamos de que naciera, de que Silvia y yo estábamos en casa de la tía Maruja, y de la alegría con la que mi padre nos dijo: “¡Es un niño!”. Él y yo nos llevamos casi seis años, y suele decir que cuando éramos pequeños yo no le hacía caso. Cosa que probablemente sea cierta: cuando él tenía ocho años, yo tenía catorce. Estaba demasiado absorta viendo cómo mi yo infantil se derretía entre mis dedos mientras otro yo, más golfo y aventurero, me pedía que fuéramos a conocer mundo para escribirlo todo.
Quizá empezamos a tener más relación después de que yo me casara, se llevaba muy bien con mi marido y se hicieron amigos. Pero creo que nos redescubrimos después de la muerte de nuestro padre. De hermano pequeño, pasó a ser el hombre de la casa; el único que podría dar cierta perspectiva sensata a los pequeños y enrarecidos conflictos en los que muchas veces nos perdemos las mujeres.
Hace ocho años me volvió a tocar mudar de piel, y llamé a su puerta. Sabía que no me juzgaría, no me regañaría, no diría que estaba loca. Entendió que sólo buscaba un lugar en el que estar a sola conmigo misma, y me ofreció refugio. Es un observador nato que piensa mucho y habla poco, aunque cuando se suelta es un placer escucharle. Mientras estuve en su casa, mi viejo yo empezó a caerse, reseco y desquebrajado. Y él me miraba como un entomólogo que asistiera a la metamorfosis de un bicho: sin intervenir. Como si entendiera que sólo había dejar que la naturaleza siguiera su curso.
Mi hermano es un hombre sabio que nunca se cansa de aprender.
Hoy cumple años.
Y esta pequeña reflexión fraterna es mi regalo.