por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: maeed
Hace casi 18 años, el neurocirujano se negó a abrir el cráneo de Eude: sólo serviría para traer más sufrimiento a la cortísima vida que le habían diagnosticado (días, acaso semanas). Los neurólogos nos hablaron entonces de una técnica nueva que estaban experimentando en el Clínico (nosotros estábamos en La Paz) como una solución a la desesperada. Tan desesperada que casi nos garantizaron que, en el “mejor” de los casos, la niña sería ciega, sorda, muda, paralítica, paralítica cerebral… Si autorizábamos que experimentaran esa nueva técnica con ella, corríamos el riesgo de que su vida se convirtiera en una condena para el resto de la familia. Pero la otra opción era dejarla morir, de modo que su padre y yo decidimos arriesgarnos.
Entonces nos salió milagrosamente bien la jugada; ni siquiera quienes participaron en la intervención soñaban con que nuestra hija pudiera llegar a ser una niña completamente normal. Cuando hace unos meses nos dijeron que, además de la malformación aneurismática, había un aneurisma que convenía cerrar; se me vino encima el vía crucis hospitalario que habíamos pasado durante su primer año de vida, y me eché a temblar.
Pero las cosas han evolucionado mucho desde entonces. Miguel me ha pedido que hable sobre los recortes en sanidad, y tal vez dedique un artículo al asunto. Pero si he de ser fiel a la verdad, diré que mi experiencia ha sido mucho mejor ahora que la de hace 17 años, y no sólo por lo mucho que ha avanzado la tecnología.
Entonces, a pesar de que cada ingreso de Eude podía durar semanas o meses, siempre compartíamos box con otros tres niños: nuestro espacio vital se reducía a tres o cuatro metros cuadrados, y las visitas nos veían a través de un ventanal desde el pasillo. Jamás tuvimos una habitación con baño, ni yo otra cosa que una dura silla de madera. Y yo era afortunada: Eude estaba tan drogada que siempre dormía y, como vivíamos en Madrid, yo podía irme a casa todas las noches. Pero había madres de provincias que, bien porque no pudieran permitirse una pensión, bien porque su niño no estuviera drogado, vivían y dormían en el box como ratas de laboratorio.
En esta ocasión todo ha sido distinto. Para empezar, los médicos no se pusieron en lo peor como hace 17 años, sino que nos aseguraron que todo saldría bien: aquella técnica experimental forma hoy parte de su rutina, y en lugar de las siete horas que duró la última embolización, ésta sólo les ha llevado dos.
Una nueva ley permite que los padres puedan acompañar en la UCI a sus hijos menores de edad, y he podido estar con Eude todo el tiempo que he querido; hace 17 años sólo podía estar en la UCI una hora por la mañana y otra por la tarde. Y esta vez mi niña no ha estado allí semanas, sino 24 horitas de nada. Y después no nos han mandado a un box con otros tres pacientes, sino a una habitación individual en la que hemos podido recibir las visitas de familiares y amigos.
El personal sanitario del Puerta de Hierro de Majadahonda no sólo ha sido profesional, sino también humano, amable y encantador; se vuelcan en que los pacientes no lleguen a sufrir los recortes. La única queja que tengo es, sorprendentemente, sobre pequeñeces burocráticas y de organización; precisamente aquello que parecía que la gestión privada iba a hacer mejor. Pero de eso ya hablaré otro día. Hoy sólo tengo agradecimiento que repartir.
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AGRADECIMIENTOS:
A MI MADRE, que llegaba cada mañana a la habitación del hospital con un delicioso desayuno y cocacolas frías, y no se marchaba de allí hasta bien entrada la noche. Ni una sola vez ha manifestado cansancio, aburrimiento o miedo.
A mi hijo Alejandro, que a pesar de las interminables jornadas en las que combina las clases de la facultad con el curso de croupier, las prácticas en el Casino y el trabajo de camarero en el catering; se presentaba todos los días con una sonrisa. Y, cuando no estaba, nos mandaba fotos de gatos guitarristas o del menú que iba a cenar, para que supiéramos que pensaba en nosotras.
A mi hermano Paco, que me ha hecho una compañía impagable.
A mi hermana Silvia, que sacaba tiempo de donde no lo había para acercarse a ver a su sobrina, e incluso una mañana trajo al pequeño Yago, que nos salpicó a todos con su arrolladora vitalidad.
A María, Lucía, Hernán, Artur y Adri, que llenaban la habitación de sangre joven y hacían reír a Eude.
Enumerar al resto de familiares y amigos me llevaría unas cuantas líneas: gracias a todos por los exquisitos dulces que hemos devorado estos días, por los cigarros en la calle, la compañía, los abrazos, los guasaps y las llamadas.
Y mención especial merece Luis Lozano, que fue un apoyo en la sombra: mientras Eude estaba ingresada, arregló la máquina madre del puente de mando de Proscritos y me quitó un gran preocupación de encima.
Gracias a todos por estar ahí.
7 respuestas a «Misión cumplida, gracias a todos»
Me alegra muchísimo que todo esté saliendo tan bien y si, creo que de vez en vez nos llevamos sorpresas agradables que confrontan nuestra percepción, tan acostumbrada a lo negro. Un abrazo a los tres desde México
Cuanto me alegro de que haya salido bien. Un abrazo y mucha paz para disfrutarlo.
Mi niña, con esa parentela y esos amigos yo me habría incuso alistado en la Legiòn.
¡Enhorabuena por el feliz desenlace!
Me alegro muchísimo!
Un beso
Merecida victoria.¡Felicidades, valientes!
¡Qué maravilla que todo haya salido bien! Tienes razón, Marisol, en PH el personal es maravilloso
¡Enhorabuena por esa súperfamilia que has creado!
Te mando un beso enorme. Nos vemos muy pronto.
No puedo decir nada más que me alegro y que envidio la entereza con que llevas todo ésto, yo tuve a mi niña pequeña ingresada en el hospital tres semanas el año pasado (por un tema más o menos grave, pero nada en comparación con lo de tu hija) y fué demoledor, pero es en esas situaciones difíciles donde encuentras el apoyo de los que de verdad te quieren y te hacen ver con otra perspectiva (y relativizar) la cantidad de tonterías a las que dedicamos tiempo y esfuerzo cada día.
Ánimo y enhorabuena.