Intangibles

por Marisol Oviaño

La casa de el hombre en la sombra forma parte de la biografía proscrita.

No sé en qué momento se convirtió en lugar de reunión habitual del núcleo duro proscrito, quizá su dueño o Miguel, o incluso Claudio Molinari, se acuerden. Supongo que un día subiríamos a tomar un café después de los postres y eso se convertiría en costumbre. Hasta que la crisis mermó nuestros presupuestos y empezamos a quedar directamente allí a comer: el hombre en la sombra pone la materia prima; Miguel, el vino y yo, la mano de obra.

Ese piso ha visto nacer y crecer (a veces, también abortar) infinidad de ideas y proyectos. En él hicimos las cuentas del primer título de la editorial proscrita. Mi hijo, que entonces tenía quince años, había venido conmigo para ayudar a el hombre en la sombra a descargar las cajas de libros del coche, y asistió a nuestros cálculos e incluso participó en ellos. Cuando él y yo nos marchamos, la asistenta, que había oído todo lo que habíamos hablado mientras limpiaba alrededor, insistió en comprar el primer ejemplar.

También nos hemos reunido en ese piso para ver los dos programas de televisión en el que hemos salido Proscritos al completo o alguno de los nuestros. Incluso llegamos a grabar en él un vídeo en el que Neus Asensi interpreta a la Comandante Inar de Solange en algunos pasajes de Seduciendo a dios (su agente no nos dejó colgarlo en la red, lástima).

En ese piso hemos comido, bebido, fumado, reído y conspirado.
Yo incluso puede que alguna vez haya llorado. Casi seguro que sí.
Esas paredes y esos techos altos nos han visto crecer.

Y el otro día, viendo las fotografías que habíamos hecho durante la última comida, me di cuenta de que yo soy la única que envejezco.
Malditos cabrones…