por Marisol Oviaño
El verano transforma el paisanaje del pueblo, y por delante de la trinchera proscrita pasa gente a la que no he visto nunca. Son los “madrileños”; esos que trabajan en Madrid, viven en las urbanizaciones, hacen la compra en los centros comerciales de la autopista y rara vez ponen los pies en las calles del municipio. Se los reconoce porque toman cerveza en las terrazas que están a la sombra, caminan sin prisa y celebran cada escaparate como si acabaran de hacer un gran descubrimiento. Sólo les falta la cámara de fotos para parecer turistas venidos de ultramar.