por hijadecristalero
Fotografía en contexto original: enviadoespecial
Busco en la prensa alguna nueva noticia sobre Bárcenas, ese hombre que nos fascina; pero encuentro hoy que su lugar en las portadas ha sido usurpado por el inocentísimo José Blanco. Pero no es lo mismo, Blanco carece de sexappeal: esos ojillos rencorosos, esa boquita siempre húmeda, esa barbilla… todo en su cara me ha recordado siempre a un prepucio visto de frente; todo en él parece blando, cobarde, mezquino, incluso el nombre de guerra: Pepiño. Nada que hacer frente a la rotunda virilidad del mote de Bárcenas, Luis el Cabrón. ¿Alguien se imagina a Pepiño intentando escalar un ochomil o gestionando en distintos paraísos fiscales una fortuna de muchos millones de euros?
Yo, desde luego, no. Para lo primero hace falta preparación física y capacidad de sacrificio; y para lo segundo, formación. A Pepiño yo lo veo mangando la propina del camarero, agachándose para recoger -y quedarse- la moneda que se le ha caído a la pobre vieja; envidiando al guapo, al alto, al inteligente, al que ha estudiado, al que gana más que él, y planeando cómo vengarse de ellos. Y levantando el teléfono para llamar al secretario de Estado, “que para eso soy Ministro” para que llame a un alcalde y le pida que haga un favor a un amigo, y reuniéndose en “lugares de poco tránsito” –así denomina el auto de la sala penal del Supremo a la famosa gasolinera- con otros amigos. Pero negociando con bancos suizos, como que no. Él es un corruto de más bajos vuelos. El que vale, vale. Y él no es de esos.
Pero si la independiente justicia española dice que Pepiño es inocente del tráfico de influencias que se le imputaba, nos lo creeremos; igual que fingimos creernos que Aznar es virgen en todo el asunto de las cuentas del PP .
(Descárgate el auto pepiño blanco)
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hijadecristalero es autora de Historia de un desclasamiento