Miguel Pérez de Lema
Las orgullosas fiestas uranitas de Madrid arrancan este año con el pregón de Paloma San Basilio en la plaza de Chueca y es cosa destacable lo muy rápidamente que estos festejos se han aclimatado al verbenismo madrileño y a la romería ibérica, hasta perder casi completamente el menor asomo de crispación, buena o mala, de militancia, a favor o en contra. Una cosa Muy San Basilio, para todos los públicos.
A la gente le da ya un poco todo igual, y el madrileño a fuerza de vivir en la calle, no le hace ascos a nada: un baile, un arrimo, un pregón.
Tiende uno a pensar que este sincretismo madriles es algo bueno, sensato, aunque le coge un poco de perfil ya, a estas alturas del partido, el subirse al carro del heno con «un tanga de cuero y una gorra de las SS», que diría García Serrano, pero le coge igual de refilón el hacerse el ofendidito por unas nalgas poco apetecibles al viento. Peores cosas debe uno ver cada día, y más yo que vivo enfrente del Congreso de los Diputados.
Por lo demás, Chueca, su plaza, sus callejas, me gustan mucho, pero cuando las recorro no me hallo. Mi Chueca es y será para siempre la de finales de los 80/comienzos de los 90 cuando en Madrid no se vendía un clavel y todo estaba degradado, sucio, y la zona era una cosa tenebrista, solanesca, colmenera, y galdosiana, en sus últimos estertores, más los estertores de una generación de chavales reventados por la drogaína.
Los que hemos visto aquella Malasaña abisal, con su Dos de Mayo, y aquella Chueca, con su plaza de zombis violentos y sus ancianitas con su perrillo comecoños chillando hasta volverte loco, aquellos portales de orín, chuta y bombilla de 125, aquellas mercerías con un gato con cara de vieja y una vieja con alma de gato, aquellas panaderías polvorientas donde te colocaban donuts de antesdeayer, aquellas bodegas de vino malo y a granel, aquellos estancos donde dos hermanas discutían en una riña eterna, una desde el mostrador, otra desde el interior de la vivienda con la que comunicaba el negocio, aquellos bares asturianos con su vista aérea de Cangas de Narcea, aquellos pisos baratísimos y podridísimos, aquella cosa hiperliteraria, en la que todo estaba lleno de vibraciones estéticas y espantos sutilísimos, nosotros, los de entonces, no estamos para esta Disneylandia con el culito en pompa de ahora, para esta higiene y estos escaparates de zapatos de 150 euros, para este entorno controlado en el que se ha convertido el barrio de Chueca.
No sería justo decir que nos gustaban más la otra Chueca y la otra Malasaña, ni siquiera sería cierto, bien sabemos que eran feas, pobres y peligrosas, pero hay algo que se quedó allí atrapado para siempre, a lo que debemos lealtad puesto que somos nosotros mismos, lo mejor nuestro, nuestra ociosa juventud.
Una respuesta a «Chueca revisited»
Sip. Me trae muchos «recuerdos del pelo largo». Lo que para cada uno haya significado.