por Robert Lozinski
Fotografía original: sp.rian
Nos quisieron hacer entender que no sólo del pan vive el hombre y lograron justo lo contrario.
En las tiendas comunistas no había mucho que comprar. A un occidental se le pondrían los pelos de punta ante tamaña pobreza. Solamente lo más básico; leche, pan, conservas en lata –buenísimas, por cierto, de las que ahora ya no se hacen- y no me acuerdo si también carne. Cada hogar, en cambio, funcionaba como una pequeña empresa. De alimentos, de ropa, de todo, hasta de coches. Según donde tuvieran su empleo los miembros del clan. Si en alimentación, había carne, huevos y mantequilla a discreción para toda la familia. Si en un almacén de prendas y zapatos, solucionado, pues, el problema de la guardarropa. Si en un taller mecánico, se le veía al dueño de la casa salir un día a bordo de un camión que había ido creciendo poquito a poco dentro de su propio garaje. Al médico podías ir con una docena de huevos en la bolsa. El profesor enseñaba feliz física cuántica a cambio de un kilo y medio de requesón casero.
Autosuficientes y contentos de la vida. ¿Desempleo? ¿Qué, coño, era eso?
Pero a la vez escépticos. Sabían que no debían esperar nada del partido, que cada uno es cada uno y se las debe arreglar solito para no morirse de hambre. Es la respuesta a la pregunta que me he hecho muchas veces desde que somos libres y tenemos el derecho a cabrearnos contra los gobiernos que nos conducen ahora: ¿por qué rumanos, moldavos y otros pueblos ex comunistas no protestan? Acostumbrados a no esperar nada de nadie, saben que manifestándose pierden su tiempo, tiempo que les hace falta para ganarse el bocado.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
2 respuestas a «¡Ay, esa democracia que nadie quería!»
Dices: «Sabían que no debían esperar nada del partido, que cada uno es cada uno y se las debe arreglar solito para no morirse de hambre».
Pero eso, visto desde el capitalismo, no acaba de resultar cierto. El partido (el Estado) os daba vivienda, educación, médico, incluso creo que ni siquiera pagabáis la luz… Aquí no solo tenemos que luchar para comer. También para tener una casa, encender una bombilla, calentar una habitación…
He terminado estos días de corregir la autobiografía de un ingeniero español nacido en 1938. Cuenta que, durante la construcción de una presa, empezaron a llegar operarios rusos (los niños de la guerra), a los que el Estado español les garantizaba la repatriación a Rusia si no se adaptaban.
El ingeniero cuenta que eran grandes profesionales, pero que les parecía complicadísimo tener que buscar una casa donde vivir, pagar una alquiler, dar de alta la luz, buscar un colegio para sus hijos… Les daba miedo asumir de repente todas las responsabilidades que el Estado siempre había asumido por ellos; y todos ellos regresaron a Rusia.
A lo mejor también eso explicaría por qué algunos pueblos todavía no han empezado a protestar.
El comunismo, al menos el que he vivido yo, te daba pero no te dejaba. El capitalismo te deja pero no te da. Es difícil decantarse por uno o por otro. Los dos son excesos, aberraciones. Sí, recibimos un pisito pero estaba en un gueto y lo gratis no se desprecia. Sí, la luz era barata pero las calles estaban casi totalmente oscuras. Sí, gasolina barata pero las carretares malísimas. Muchos síes y también muchos noes. No he contado cuáles hay más. Cuando escribo sobre eso intento separar lo bueno de lo malo, ser más o menos objetivo. El mayor SI es que tuve una infancia y una adolescencia tranquilas y felices y mis padres eran jóvenes.