Para ellos, dormir en casa de los primos es una fiesta de las buenas: la tía Marisol les deja que se acuesten muy tarde.
Cuando he llegado después de la última clase, a eso de las diez de la noche, Eva, la hermana mayor (7 años) estaba sentada muy formalita viendo el partido del Madrid con mis hijos, que parecen señores mayores a su lado. Pero a los dos pequeños el fútbol no les interesa nada (en realidad a Eva tampoco: se ha quedado dormida en el segundo tiempo). Y en cuanto me han visto aparecer por la puerta, se han bajado del sofá y se han puesto a seguirme a todas partes, como los cachorritos que son.
Me han acompañado a la habitación y me han contado cosas de sus minimundos mientras me cambiaba de ropa, y se han venido conmigo a la cocina a “ayudarme” a preparar la comida familiar que celebraremos mañana. El gato, que está acostumbrado a ser el rey de la casa y recibir todos los mimos, se ha subido a la barra de la cocina a vigilarlos.
– ¿Por qué Fifa nos mira todo el rato? –ha preguntado Sol dando saltitos.
– Porque os tiene miedo: no os estáis quietos, gritáis mucho y tu hermano, además, le tira del rabo y le da patadas. ¿Veis lo tranquilito que está ahora?
– ¡Sí!- ha gritado Yago dando más saltitos todavía.
– Pues ya veréis –he dicho cogiendo un pollo envasado al vacío-. En cuanto abra el paquete, va a venir a pedirme que le dé un poco.
– ¿Y por qué no viene ahora?
– Porque como el pollo está envuelto, no lo huele; pero en cuanto lo abra y lo huela, vendrá a decirme que quiere que le dé.
– ¡A verlo! –ha gritado Yago saltando como un poseso.
– Pero tenéis que dejar de gritar y saltar, porque si le asustáis no vendrá.
He abierto el paquete y Fifa se ha desperezado bajo la atenta mirada de mis sobrinos. Sol, que es dos años mayor que Yago, ha obligado a su hermano a pegarse al frigorífico para que no se inmiscuyera en el camino del gato. Los dos se han quedado quietecitos y callados, y Fifa ha saltado elegantemente desde la barra, ha venido hasta mí pegándose a la pared contraria –sería difícil saber quién tiene más miedo de quién- y ha empezado a maullar lastimeramente, para regocijo de los pequeños.
Después, me han ayudado a echar sal al pollo y se han chupado los dedos salados, se han empeñado en que sabían manejar el molinillo de la pimienta y les he dejado comprobar que no tienen suficiente fuerza; y cuando han empezado a descontrolarse –la noche es cocaína para los niños- le he dicho a Eude que los acostara.
-¡No tenemos sueño! –gritaban los dos saltando en mi cama- ¡No queremos dormir!
– Bueno, pues si os acostáis y no os dormís, podéis volver a levantaros- he concedido graciosamente.
No llevaban ni cinco minutos bajo mi edredón cuando han caído profundamente dormidos.
Ahora tengo en la cama a los dos cachorritos. No he tenido que parirlos ni tengo que educarlos, sólo tengo que disfrutarlos.
Benditos sobrinos.
2 respuestas a «Sangre de mi sangre»
Deseando que mi sobrino empiece a hablar.
Y benditos tíos que siempre están ahí cuando los necesitas. Muchas gracias por tus juegos y cariñitos de tía.