La primavera está aquí a pesar de la lluvia, y las señoras estamos desatadas.
Entro en Día y me cruzo con una pareja de veintitantos. Ella es normalita tirando a feúcha, pero él rezuma un magnetismo sexual a lo Marlon Brando difícil de esquivar. Sin embargo su mirada es inocente, lo que lo hace todavía más deseable. Por la manera en la que la novia se comporta con él –como una madre- me digo que ella es su primer amor, ése que no le ha dejado descubrir que ha nacido con un don para el sexo. El muchacho todavía no es consciente de su potencial.
Y yo tengo que hacer la compra. De modo que me sumerjo en la heroica tarea de cargar el cesto por el menor dinero posible, deambulo un rato por los pasillos leyendo las ofertas y acabo en la caja con seis o siete cosas.
Cuando empiezo a poner las cosas en la cinta transportadora, me doy cuenta de que Marlon Brando está pagando delante de mí y, emboscada en la maleza de mi melena entrecana, me recreo en su belleza animal.
No sólo es guapo. Además es un caballero: a su lado hay una mujer mayor peleándose con una bolsa que no se abre.
– Permítame –dice gentil cogiéndole la bolsa de las manos.
En un momento abre la bolsa y, sin que nadie se lo pida, comienza a meter en ella la compra de la señora, que le está mirando con el mismo fervor que la cajera y yo. Sólo su novia permanece completamente ajena al maravilloso espectáculo de un hombre joven y guapo que ayuda a una mujer vieja y fea.
– Muchísimas gracias, hijo –dice la señora con una inequívoca voz de fumadora-. Me has alegrado el día: no siempre la ayuda a una un hombre tan guapo.
El muchacho se ha ruborizado hasta la raíz, la novia ha preferido pensar que la vieja tenía demencia senil, y los dos se han marchado.
– Se ha puesto nervioso el chico –ha comentado jocosa la cajera.
– A los jóvenes les asusta que las viejas les digamos cosas –sonríe pícara la señora guardando el monedero en el bolso.
– Es que había que decirle que algo –he apuntado yo-, está buenísimo.
– Pero parece que le daba corte –me sonríe la cajera.
– Pues que hubiera nacido feo. A ver si a estas alturas de la vida nos van a dar penita los guapos.
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hijadecristalero es autora de Historia de un desclasamiento