por Marisol Oviaño
Yo no sé si, cómo dice Miguel Pérez de Lema, hay una élite de familias que deciden estupidizarnos a todos para que seamos todavía más manipulables. Pero lo parece. No puede ser casual que haya tanta gente que quiera ser colega de sus hijos, tantos padres que rehúyen el conflicto permanente que supone educar porque “no voy a estar todo el día a gritos”. Y, como no gritan, como no dan un puñetazo en la mesa, como nunca dicen “porque yo lo mando”, los hijos pasan de ellos como de la mierda. Y no me refiero sólo a que no les obedezcan, sino a que, directamente, les desprecian. Les miran por encima del hombro y, si a alguno de los progenitores se le ocurre preguntar, tímidamente y con miedo, por qué han suspendido siete, les gritan y los arrinconan con la teatralidad de sus gestos.
Y los padres, acongojaditos, me lo cuentan.
– Tu hijo lo único que necesita es que tú ejerzas tu autoridad.
Y entonces él/ella/ellos se estremecen.
– Pero eso ya está desfasado ¿no?
Algunos de esos padres a los que la palabra “autoridad” les asusta, presumen de tratar con “autoridades” en todos los órdenes de su vida: el cirujano que les opera, el mecánico que les arregla el coche, el abogado que les lleva los pleitos, el cocinero cuyo restaurante frecuentan…
– Toma – te dicen dándote la tarjeta de su abogado cuando se enteran de que te divorcias-, es una autoridad en la materia.
Pero si les pides a ellos que sean “la autoridad” en su familia, dan un paso atrás e incluso te llaman fascista, franquista, retrógrada… Les recuerdas que tienen una responsabilidad con el futuro, y eso no les mola.
Ser padre/madre significa ser una “autoridad” en la vida.
Ahora tenemos internet, móviles, angry birds, twitter, Facebook… Pero los leones siguen enseñando a sus cachorros a cazar: su instinto les dice que forman parte de algo más grande que ellos. ¿Acaso nuestras familias son menos que una manada de leones en África? ¿No necesitan nuestros cachorros que les enseñemos a interpretar el movimiento, el olor y el ruido de la sabana?
Al parecer, ya no.
Con la primera playstation cargan a los chavales un programa de cómo defenderte en la vida.
Ser padre es ir unos pasos por delante del camino. Saber que tus tropiezos no evitarán que tu hijo tropiece, pero que tu misión es decirle la verdad: que en el camino habrá adversidades, que será difícil, que habrá que renunciar a unas cosas para conseguir otras…
Ejercer la autoridad es enseñarle a volar, a aprovechar las corrientes de aire, a remontar, a hacer un nido y decirle: sal a dar tus primeros vuelos, que yo, lleno de cicatrices, estoy aquí.