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El escritor sin piedad: Coetzee

por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: akantilado

Cuando leí Desgracia, a pesar de la tristeza que su autor vomitó sobre mí, me convertí en incondicional de Coetzee. Poco después, La edad del hierro me marcó a fuego ¿cabía mayor desesperanza?

Pues sí: en Hombre lento los conflictos raciales pasan a segundo plano, pero el desamor sigue gobernando, Coetzee sigue escondiéndose tras ese personaje masculino –unas veces negro, otras blanco- que ansía tanto el amor que no es capaz de reconocerlo cuando lo tiene delante. En Hombre lento Coetzee resuelve la trama con un truco propio de principiantes, no es su obra más redonda, pero se le perdona la pereza por la desolación sentimental que lograr sembrar en el corazoncito de sus pobres lectores.

Empecé a leer algunas de sus obras menores y las dejé en las primeras páginas: la vida es muy corta y yo muy exigente, sólo me interesa el Coetzee superlativo.

Hace unas semanas un alumno me prestó Verano, el segundo o tercer tomo de su a autobiografía ficcionada (no he leído las anteriores, por eso no sé cuántas hay). Y, aunque al principio no me convencía mucho el planteamiento: un estudiante inglés entrevista a diversas personas –la mayoría mujeres- que conocieron a Coetzee en vida; a medida que me he ido adentrando en el libro, he vuelto a admirar al escritor.

Si lo hubiera conocido en persona, habría dicho de él lo mismo que la brasileña Adriana, la profesora de baile con la que –siempre según Verano– Coetzee se obsesionó.

“Le faltaba una cualidad de fuerza, de virilidad”.
“ Era celibataire (…) No estaba hecho para la compañía de las mujeres”.

Pero como escritora tengo que quitarme el sombrero por este acto de suprema coherencia del que, tal vez, sea el escritor más fatalista del mundo: tampoco ha habido piedad para sí mismo.

2 respuestas a «El escritor sin piedad: Coetzee»

Yo leí uno de los primeros libros de Coetzee, que me dejó demolido. Aunque me gustan los libros pesimistas, a Coetzee le encontré esa pasión subterránea que le falta, por ejemplo, a Beckett. Después, conocí personalmente a Coetzee en una cena, en Barcelona, y charlé con él varias horas.

Lo encontré desesperadamente aburrido.

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