por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: Kalpana
En el oculista había mucha gente. Siempre la hay porque la doctora es una de las mejores. La mejor del mundo, tal vez. Es de los médicos antiguos que hicieron los estudios en la época del dictador fusilado, cuando los cirujanos no olvidaban el bisturí en el cuerpo del paciente tras la operación. En fin…
Las navidades ya están aquí y la sala de espera está llena de gente. Todos quieren estrenar algo nuevo: monturas, lentes que cambian de color según la luz que haya, e incluso ojos.
A un crío le han reventado la retina con un arbolito navideño que un colega gamberro esgrimía a modo de sable. Mientras el pobre aguarda quietecito, el algodón cubriéndole por completo el ojo abultado, su padre, un señor ancho y bien alimentado, vocifera que esto es un consultorio privado y que no hay derecho a que él, ¡que soy el cliente! se tenga que tirar horas esperando a que le llegue el puto turno. Me apuesto un adorno de mi árbol de Navidad a que ese mismo señor aguanta hasta el fin, sin gritar ni exasperarse, una de esas horrorosas colas en los supermercados.
Tampoco la falsa rubia ha venido aquí para perder el tiempo. ¡Mi tiempo es oro, coño! No para de moverse y demostrar su indignación. Se exhibe tanto que a uno le parece recordarla esperando pacientemente, con sumisión de mansa ovejita, en la cola para subir a la cima de una pista de esquí muy de moda en esta época.
A un abuelete de más de setenta años tampoco le hace gracia la espera. Ni a una señora mayor que dice que ha dejado en la cocina la carne lista para las albóndigas.
Y uno, que no es ni más listo que otros ni anda menos necesitado de tiempo, se enfunda hasta la nariz en su cazadora y, antes de sumirse en la lectura de un libro que siempre tiene preparado por si acaso, se desea, de manera totalmente egoísta, salud a sí mismo.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
Una respuesta a «De todas formas, felices fiestas»
Nuevos ricos todos, Robert.
Los ricos de verdad consiguen que abran pistas de esquí sólo para ellos el lunes más laborable del año. Y jamás hacen cola en un supermercado,porque, en caso de que pisen alguno, lo harán también el día y a la hora menos transitada.
El verdadero rico tiene tiempo.