Hace unos años, éramos unos pocos los que encendíamos la calefacción lo menos que podíamos. O nada. Hoy, amigos que en agosto eran solventes, me dicen que este invierno van a aguantar el frío todo lo que puedan.
Sospecho que aunque no paran de subir la factura del gas y la luz, las compañías van a recaudar menos. Sólo tengo que mirar mi evolución: en los últimos años he reducido mi consumo a la tercera parte.
Escribo esto con camiseta de manga larga, dos chaquetas de lana, una bufanda, unos pantalones de chándal, unos calcetines gruesos y una manta de avión enrollada en la cintura. Sé que la guerra –sobre todo en España, mirad dónde están nuestros ex presidentes- está en las energéticas, que se han convertido en uno de los principales enemigos del pueblo.
Podemos sobrevivir sin caviar, sin Audis, sin cine español, sin oenegés que salven al tercer el mundo y sin prensa libre (ja).
Podemos comer pollo hormonado en vez de solomillo de buey, beber cerveza Día en vez de Mahou, y lavarnos con jabón Lagarto en lugar de comprar Sanex.
Pero sin luz ni gas es difícil sobrevivir al invierno.
Y ellos lo saben.
Me pregunto qué sucedería si nos pusiéramos de acuerdo para apagar la calefacción una semana del crudo invierno.
Pasaríamos mucho frío, sí.
Pero esto, por si no os habéis dado cuenta, es una guerra.
Y no hay victoria sin sufrimiento.
(Lactantes, ancianos y enfermos quedarían excluidos del sacrificio).