por Marisol Oviaño
Fotografía de Lola González Vera
Domingo por la mañana.
Los chicos se van a comer con la familia paterna y el gato, fiel al protocolo, lloriquea pegado a la puerta. Cuando considera que ya ha maullado suficiente, se acomoda a dormir sobre mi taburete de la cocina. La casa queda por fin en silencio.
Un silencio que hoy, tras la intensa semana de actividades sociales, me parece un lujo: Billie Holiday podrá ser escuchada con la veneración requerida, y yo podré sentarme a escribir sin prisa, sabiendo que nadie me preguntará qué hay de comer.
Pero este silencio que hoy saboreo, dentro de unos años será difícil de tragar.¿Cómo lo combatiré? ¿Pondré la radio desde que me levante? ¿Viviré con una camada de gatos? ¿Me compraré un perro y lo convertiré en el centro de mi existencia? ¿Llamaré a mis hijos dos o tres veces al día? ¿Me apuntaré a yoga y a excursiones guiadas a museos?
Aunque hace siete años que soy el único adulto de la casa, convivir con mis hijos me ha obligado a compartir, a sacrificarme por otros, a arrimar el hombro por el bien común. Y aun así, siento que me voy volviendo más gruñona e intolerante. Cada día me resultan más patentes los defectos de los demás, como si yo fuera perfecta, y me regruño por lo bajo por las cosas más tontas: el otro día me sorprendí malhumorándome porque unos niños jugaban bajo mi ventana. Y me llamé al orden: si ahora que mis hijos todavía viven conmigo, me irrita el alegre bullicio de la infancia ¿qué no me molestará cuando me quede sola? ¿Me convertiré en una de esas vecinas que van a las reuniones de vecinos con una lista de agravios imaginarios y estúpidas prohibiciones?
Tal vez debería echarme un novio, para tener alguien de quien cuidar cuando mis hijos se marchen, un hombre que me aúpe para ver más allá de los límites de mi ombligo. Pero eso no es garantía de nada: cualquier novio o marido puede marcharse, o morir. No, no debo buscar la solución en los otros. Si el amor llega, bienvenido sea; pero no puedo contar con él para no perder la alegría.
La alegría, como siempre ha hecho, debe manar de mí
Una respuesta a «A solas»
Aprovecha esa soledad,recréate en esa música y hasta en los movimientos de ese gato, ya sabes que lo que piensas se puede convertir en realidad …