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amor incorruptus

por Marisol Oviaño
Ilustración: maggietaylor

A los veinte años el Practi parecía un hombre de cincuenta.
Era un yonqui pálido, alto, escuálido, miope y místico, tenía una novia regordeta y lideraba a unos cuantos acólitos que le acompañaban a todas partes.

A veces, cuando estábamos con la guitarra en la plaza, se acercaban a nosotros y el Practi nos pedía que le dejásemos tocar. Yo anhelaba aquellos momentos, porque podía contemplar a mis anchas a uno de sus amigos, Manolo, del que yo estaba decididamente enamorada. (Cuando pienso en las horas muertas que mi amiga Isabel y yo pasábamos frente su casa, para verle salir o llegar en su moto, no puedo evitar una sonrisa ¡Éramos tan inocentes!)

Entonces yo tenía quince o dieciséis años, escribía apasionadas novelas cortas y componía dos o tres canciones a la semana. Aunque ya sabía que nunca me metería caballo, sentía por los yonquis la misma fascinación que por los poetas malditos. Y, como además yo moría de amor por Manolo, fantaseaba a menudo con formar parte de aquella pandilla.

Un par de años después, coincidíamos en bares de copas y en fiestas de gente que daba fiestas. Pero ellos ya eran tan drogadictos que formaban un círculo muy cerrado, y nunca llegamos a ser amigos. Al poco de cumplir los dieciocho, me mudé a otro pueblo y les perdí la pista.

Han pasado treinta años, pero sigue habiendo gente que celebra fiestas. Y el otro día el Practi y yo coincidimos en una de ellas.

En cuanto le vi, volví a sentir el mismo violento amor por Manolo. Y recordé de golpe todo el tiempo que había pasado analizándolos, espiándolos, tomando nota de todos sus movimientos, fantaseando con ser una de los suyos, casi envidiándolos…

Le dije a el Practi que él y yo nos conocemos desde hace mucho, pero él no se acordaba de mí. Dimos un repaso a los viejos tiempos y hablamos un poco de los nuevos. Él ha pasado gran parte de su vida desenganchándose de algo, y ahora es un hombre frágil cuyo equilibrio depende de la medicación. A los cincuenta, su mayor logro es seguir vivo.

Y cuando regresaba a casa conduciendo mi cochecito, di gracias por haberme encontrado con el Practi y no con Manolo. Que podrá seguir siendo ese chaval moreno de ojos verdes y sonrisa golfa que enamoraba a las chavalas de ojos rasgados como yo.

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