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Burning Colorado

por Silvia Oviaño
Fotografías: Silvia Oviaño

He visto con horror que Valencia ha ardido. Las imágenes podrían ser las mismas que llevamos viendo aquí durante semanas. Colorado arde por los cuatro costados. Seguramente las condiciones en las que se ha provocado el fuego han sido las mismas; el invierno ha sido muy seco, se han alcanzado temperaturas muy altas y los fuertes vientos han hecho que el fuego se propague a toda velocidad. En Colorado ya tienen casi todos controlados– las últimas lluvias torrenciales han ayudado mucho–, aunque los expertos, o nuestro vecino que es biólogo, dicen que aunque está controlado seguirá ardiendo hasta septiembre. El que se originó en nuestra zona, el de High Park Fire, fue provocado por un rayo en una tormenta; pero parece ser que el de Colorado Springs, que ha destruido un barrio entero, fue provocado. He leído que en Valencia hay un detenido también. Pero ahí acaban las similitudes. En España ya se habla de responsabilidades políticas–que seguro que las hay, las hay siempre y no sólo ahora por la crisis y los recortes– y lo sorprendente es que aquí apenas hay quejas sobre esta cuestión, casi todo el mundo se centra en el horror de la tragedia y en ayudar a los afectados. En la universidad, en la sede de Cruz Roja y en distintos puntos de la ciudad se han montado puestos para ayudar a las víctimas, se recoge ropa, todo tipo de electrodomésticos, dinero, ayuda en horas de trabajo, lo que quieras, lo que sea. Al fin y al cabo, además de una víctima mortal, ardieron 259 casas y mucha gente lo ha perdido todo. El de Colorado Springs ha quemado más de 300 casas, provocado la muerte de al menos dos personas- todavía hay desaparecidos– y pasado de la categoría de incendio rural a incendio urbano al meterse en la ciudad. Y eso, en un sitio como este, en el que las casas se construyen con palitos de madera y arden como teas, da mucho miedo.

Hemos pasado cinco semanas en las que en algunas carreteras sólo se permite el acceso de los bomberos y los que tienen negocios en ella. Uno de los aparcamientos de la universidad estaba tomado por coches militares y de bomberos, llegados de distintas partes del país, a cualquier hora del día ves en las gasolineras tanques de tierra llenando los depósitos. Y si tienes la ocurrencia de salir a dar una vuelta al río a eso de las 7 de la tarde y paras en la gasolinera del Verts, uno de los restaurantes típicos de la zona, eres testigo de la vuelta a casa de los hombres y mujeres que vienen de pasar todo el día en el monte, y tienes la impresión de estar viendo soldados que llegan de la guerra, rostros completamente negros, uniformes cubiertos de polvo, caras de cansancio, de derrota… Por ellos y para ellos la ciudad se ha volcado completamente, vayas donde vayas ves carteles de agradecimiento, muchos escritos por los niños en papeles de colores: “sois mis héroes”, otros redactados, imaginas, por tipos duros a los que les gusta el orden: “los bomberos mandan”, y alguno simpático escrito por alguna chica (o chico) con mucho sentido del humor, “quiero casarme con un bombero”. Están por todas partes, a las entradas de las casas, en las puertas de los comercios, “Thank you firefighters. Semana de la chancleta, 20% de descuento”, en las iglesias “Adventistas de Fort Collins. Gracias bomberos. El domingo, a las 10.30, rezaremos por vosotros”.

Comenté con un amigo que es sorprendente cómo la gente se une y se vuelca con los bomberos. “Esto no pasaría nunca en España”, le digo. Pero aquí la épica todavía tiene un gran poder de seducción. Y me cuenta que la mayoría de los bomberos son voluntarios, algunos llevan de voluntarios toda la vida y lucen con orgullo sus insignias y su experiencia, otros son chavales jóvenes de físico imponente– doy fe– normalmente estudiantes universitarios. Están dirigidos, eso sí, por profesionales muy especializados y, aunque sean voluntarios, tienen un equipamiento y uniforme que más tiene que ver con una película de ciencia ficción, que con cualquier cosa que los españoles asociemos con el término voluntario. Eso sí, por mucho equipamiento que les den, mucha dirección profesional, y muchos años de experiencia apagando incendios que tengan estos voluntarios, hay un dato que hiela la sangre: no tienen seguro. Y algunos políticos muy modernos están reclamando que esta gente tenga al menos seguro mientras combate el fuego, pero claro, eso es una cuestión peliaguda en un país en el que una buena parte de la población no tiene seguro médico, y a una buena parte de la gente que sí lo tiene no le importa un carajo que el vecino se muera por no poder pagar el tratamiento que salvaría su vida. ”¿Me estás diciendo que vienes, no a echar una mano, no, a estar luchando contra el fuego durante semanas, haciendo jornadas de 14 horas, jugándote el tipo, con una alta probabilidad de ser comido por las llamas o asfixiado por el humo y si te quemas la piel, o simplemente, te rompes una pierna durante el trabajo, no te pagan ni la factura médica?” ( Aquí entrar en urgencias, sólo por el mero hecho de entrar, genera una factura de 500 $). “Sí, eso es”, me dice.. “Esas cosas tampoco pasan en España”.

Aunque tal y como está el patio y con los recortes sociales, lo mismo llegamos a eso. En cualquier caso, We love you Firefighters!.

2 respuestas a «Burning Colorado»

Siempre he oído decir que los estadounidenses son como niños. Y, por lo que cuentas, parece que son así: se entusiasman con los héroes, pero se enfurruscan si alguien les dice que compartan las chuches.

Un país de contradicciones. O quizá no, por eso alaban tanto a los bomberos, ser capaz de jugarte la vida sin cobrar un duro y sin siquiera tener garantizada la cobertura médica si te pasa algo, es como para hacerle un monumento a cualquiera.

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